martes, 3 de febrero de 2015

EL INFIERNO DEL ODIO (1963), de Akira Kurosawa

Dar toda tu vida, tu esfuerzo, tu sueño para salvar al hijo de otro es un dilema moral de difícil solución. Un desalmado odia a ese magnate que está ahí arriba, con su casa llena de lujo, de diseño moderno y vida cómoda y el rencor es un monstruo que no hace más que crecer y devorar. El dinero es importante pero aún lo es más causar daño a ese malnacido que mira desde arriba a toda la pobreza de ahí abajo. Hay tanta simpleza en su interior que no repara en que ese hombre que se construyó una especie de castillo en lo alto de una colina de Japón comenzó como un humilde zapatero. Todavía guarda sus utensilios. Quizá para recordarse a sí mismo que también fue nadie. La elección es imposible. Por tu hijo, sí, haces lo que te pidan. Por el hijo del chófer…tal vez no sea tan fácil echar toda tu existencia por la borda, incluso en el momento en que ya se iba a dar el gran salto para ser alguien de verdadera importancia en el mundo de la industria zapatera. Hasta ahora, él piensa que las cosas han ido bien a base de esfuerzo, de muchas horas de trabajo, de decisiones acertadas. El instante para dejar atrás todo eso ha llegado…y un tipo que solo quiere droga para acabar con sí mismo quiere acabar con el sueño del lujo, de la ociosidad, de la siempre dulce idea de no hacer nada.
La maquinaria policial se pone en marcha y localizar al individuo es una tarea enorme en un país que todavía está pagando las consecuencias de la guerra. Japón tiene aún grandes diferencias sociales y apenas existe la clase media. Solo los de arriba y los de abajo. Y el trato es una canallada que no puede quedar diluido en la nube de gente que deambula para ir al trabajo, para divertirse en locales donde se baila tan apretado que apenas se pueden mover los pies, para olvidar tanta tragedia que, después de quince años, aún asola a un país que perdió el orgullo y la paz. El agobio es evidente pero alguien tiene que escarbar en esa ciudad de calor y de tonalidades blancas y negras, plagada de luces y de malas personalidades, de rostros que, a pesar de desear la diversión con todas sus fuerzas, exhiben su languidez porque no ven la luz al final del túnel. Vale la pena trabajar para que ese hombre hecho a sí mismo, recupere algo de su dignidad. Sobre todo porque su futuro ya ha muerto y no hay rescate para recuperarlo.

Una gran película que Akira Kurosawa rodó muy cerca del drama personal y del cine negro poniendo en juego a dos de sus intérpretes preferidos como Toshiro Mifune y Takashi Shimura en la piel de ese millonario que no podrá progresar y de ese policía que se emplea a fondo para reparar, aunque sea con un grano de arena, la desgracia de un secuestro equivocado. En ella, Kurosawa pone en juego el odio que se llega a tocar en los suburbios por la gente a la que se ha olvidado en la tarea de la reconstrucción y que jamás podrá subir una colina para poner la piedra de una casa digna. El camino para ellos solo es cuesta abajo y el descenso será más lento si aparece la injusta crueldad para recordarnos a todos, a los que nos va bien y a los que nos va mal, que el odio no es la solución, que eso solo hunde más y más a todos aquellos que deseamos un futuro mejor sin exclusiones.

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