viernes, 24 de abril de 2015

EL REPARTIDOR DE HIELO (The iceman cometh) (1973), de John Frankenheimer

Buen chico ese Hickey. Lo que nos reímos con él en este maldito agujero que huele a madera podrida y a whisky rancio. Las horas pasan lentamente si no está él. Casi como si esperásemos a un tipo que viene a repartir alegría a nuestras olvidadas vidas. Sí, porque eso somos, un puñado de perdedores de primera división que solo quieren ahogar sus fracasos en alcohol haciendo de la mesa nuestra cama. La taberna no cierra nunca y si quieres quedarte aquí con tus patéticos pensamientos, nadie te va a molestar. Sin embargo, cuando llega Hickey todo cambia. Él trae regalos, trae amistad, trae animación, trae flores para las chicas, trae un poco de buen whisky, trae chistes desternillantes, trae cinismo a espuertas para que, por una vez, nos riamos de nosotros mismos. Es único. Es genial.
Lo malo es que una vez, Hickey vino y no trajo todas esas cosas. Es como si lo hubiera tenido planeado. Hizo que mirásemos en nuestro interior y viéramos que allí dentro no había nada. No había nadie. No había ni tiempo. Solo un contenedor de alcohol hecho de huesos, carne y vísceras. Y un buen montón de derrotas. Hickey, no obstante, trajo hielo para que pudiésemos meter nuestras penas en el congelador. Y nos hizo ver que, de todos los que estábamos allí, el peor de todos era él. Extraño, muy extraño en él. Fue el hombre que se esforzaba porque reconstruyéramos nuestros sueños y nuestras inquietudes y luego, con paciencia de vendedor, se ocupó de derruirlos ladrillo a ladrillo. Nos dio de comer, nos dio de beber y nos demostró hasta qué punto se puede perder la fe. Y en ese mensaje tan absolutamente pesimista…encuentra convicciones nuevas que nos trata de transmitir diciéndonos bien a las claras que salir de ese estado de hibernación pre-mortem solo depende de nosotros mismos. Nadie va a llegar por esa puerta y, con unas sonrisas y unos vasos, nos va a decir qué es lo que tenemos que hacer para ver de nuevo la luz. Lo malo es que Hickey no se da cuenta de que la luz es él y que cuando él se va, todos estamos sumidos en la oscuridad, sin rumbo, sin saber qué hacer, sin saber qué amar. Ahí puede que esté el secreto.

John Frankenheimer dijo que dirigir esta película fue “la mejor experiencia creativa de toda mi vida” y para ello contó con unos extraordinarios actores encabezados por un Lee Marvin pletórico, avasallador, rutilante, acompañado por un absolutamente genial Robert Ryan, ya enfermo de cáncer, un entusiasmado Jeff Bridges y un decepcionado Fredric March en su último trabajo para el cine. Basándose en un texto de O´Neill, las miserias y pequeñas felicidades son puestas encima de la mesa de un bar inmundo que, no por casualidad, se llama “La última oportunidad” y todas ellas dejan cerco, todas ellas son huellas de una existencia que, demasiado a menudo, pensamos que no merece la pena vivir y, lo que es aún peor, pensamos que las personas que han aprovechado la ocasión no tienen hielo en su interior, no han enfermado de soledad y de hastío cuando, probablemente, los peores de todos son ellos mismos. Una vieja jugarreta de tasca.

4 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

estoy seguro que no he visto esta película , pero sólo leyendo tu post me parece indispensable. No sólo por el reparto enorme y por su director que cuando hacía las cosas bien, las hacía muy bien., sino porque lo que describes me parece que tiene materia para resultar impresionante.

Lo hemos dicho muchas veces, el arte en general y el cine en particular te puede enseñatr mucho de la vida y esta película, por lo que comentas, parace una verdadera e imprescindible lección.

Gracias por descubrirmela, la buscaré.

Abrazos encantados

César Bardés dijo...

No quiero engañarte. Es como si fuera un Estudio 1 hecho en cine con un reparto de impresión. Frankenheimer, ya se sabe, no solo dominaba a la perfección las películas que tenían acción a raudales sino que también se manejaba con particular maestría en los espacios cerrados. Generación de la televisión, recuerda. Por lo demás, lo que plantea la película-obra de teatro es muy O´Neill, ya sabes, una especie de precedente de Tennessee Williams con actitudes apasionadas y frustraciones latentes. Es muy larga (se va a las tres horas y cuarto) y la copia que tengo yo tiene un doblaje espantoso en español así que te recomiendo la VOS (la voz de Ryan lo merece, casi me atrevo a decir que es lo mejor de la película, está inmenso, mejor que Marvin). A mí, desde luego, es una historia que me deja arrasado porque en esos borrachos, también estoy yo con mis frustraciones, mis deseos y mis ideales. Para verla con fuerza y con deseos de ver arte.
Abrazos teatrales.

CARPET_WALLY dijo...

Ok, pues fíjate que como la peli me va a resultar complicada quizá me decante directamente por el libro que parece menos difícil de encontrar y que lleva por título "Aquí está el vendedor de hielo/Hughie". Puede resultar interesante ver lo que comentas directamente sin imágenes y luego ponerle la cara de Marvin, O´Neill, Bridges o March.

Abrazos agradecidos

César Bardés dijo...

La obra de teatro es mítica. Todo gran actor que se precie ha querido interpretar a Hickey. Ha habido cuatro montajes en Broadway, y en uno de ellos, incluso, hubo un Hickey negro interpretado por James Earl Jones. Simplemente te pongo el reparto del último montaje que data del 99.
Kevin Spacey -en el papel de Lee Marvin.
Paul Giamatti -en el papel de Robert Ryan.
Robert Sean Leonard -en el papel de Jeff Bridges.
El papel de March no he conseguido el equivalente.
De todas formas, parece ser que hay un Hickey mítico que es el que interpretó Jason Robards. De manera intermitente volvió a él como "revival" estrenándolo en varias partes de Estados Unidos e incluso protagonizando una versión televisiva que dirigió Sidney Lumet. Es una obra excepcional con grandes alusiones al socialismo y al anarquismo (el personaje de Ryan es meridiano en ese aspecto) y, sin duda, la experiencia de leerlo en texto tiene que ser impactante.
Disfrútalo.
Abrazos bebidos.