martes, 2 de junio de 2015

HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO (1966), de Jean-Pierre Melville

La noche dibuja una tímida luz de contrapunto mientras tres figuras oscuras se recortan en la blancura de los muros de una cárcel. La fuga se consuma y el escondite está preparado. No es fácil mantener la ética en un mundo donde te tienes que codear con delincuentes de vocación. Sin embargo, también puede ser donde los auténticos amigos demuestran más sus sentimientos. El que te odia, te odia hasta la muerte. El que te ama, será capaz de dar la vida por ti. Y, sobre todo, el que cierra la boca pudiendo hablar…ése es el tipo que se debería llevar toda la confianza.
Es difícil soñar en un entorno donde la mujer de toda la vida está ahí, esperando, aunque su espera no sea, precisamente, la que sale en las películas. Basta con juntarse con los socios adecuados para perpetrar un atraco de furgón y zapatazo con tanta precisión como si fuera un mecanismo de relojería. Los movimientos están tan ensayados que todos saben exactamente qué hacer y en qué momento. Así da gusto trabajar. El problema es cuando caen sobre uno sin avisar y se corre el bulo de que se tiene la lengua larga y la ventaja cogida. Claro que siempre habrá alguien, quizá un asesino profesional que jamás demuestra sus sentimientos, que estará dispuesto a echar una mano a la empuñadura y decir bien a las claras que, de la gente de los bajos fondos, Gu Minda es el mejor.
Jean-Pierre Melville consiguió dejarnos sin aliento en una aventura policíaca de tiro preciso y gatillo suave. Se refugió en el blanco y negro para situar a sus personajes en entornos fríos, en los que el cañón de las pistolas parece coger hielo, para resaltar el corazón caliente de un malvado que tan solo quiere algo de dinero para salir del país y abandonar una vida que le ha quitado más de lo que le ha dado. Siempre es así cuando las gabardinas y los sombreros parecen hechos tan a la medida que se erigen en la segunda piel que esconde las balas de la venganza y de un fuego de honestidad que se extingue con la mirada de un Lino Ventura de rostro de granito y de segura redención. Es el último aliento de un gángster que siempre supo perder…pero que ya no quiere perder más. Ni siquiera ante un policía que intuye la verdad ante tanto silencio, un maravilloso y cínico hasta la médula Paul Meurisse.

Y es entonces cuando se instala la venganza y todos quieren ser el primero en apretar el gatillo. No hay sitio ya para los héroes románticos, ni para las citas a la luz de unas velas con un mantel a cuadros para decirse, sin decir nada, que dos almas estarán unidas a pesar de todo. Ni tampoco para las muestras de afecto excesivas con aquellos que se juegan la piel por ti. Eso poco importa. Lo que de verdad importa son los hechos. Si alguien recibe un balazo por ti, merece una compensación. Si alguien cierra la boca para no incriminarte, merece el cielo porque, al fin y al cabo, no hay nada más fácil que la traición y ese tipo, Gu Minda, será capaz de morir con tal de dejar sin pruebas a la policía y sacar de la cárcel a alguien que, una vez, le supo echar una mano de amigo, de confianza, de verdad.

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