miércoles, 17 de junio de 2015

MÁS DURA SERÁ LA CAÍDA (1956), de Mark Robson

Es fácil publicar en prensa unas cuantas letras a tamaño sensacionalista para decir que un tipo que no sabe casi ni andar con soltura suelta unos mandobles de impresión. Al fin y al cabo, el periódico no tiene puños y no se puede demostrar ni desmentir nada. También es muy fácil todo lo contrario. Destapar, de repente, que ese mismo tipo ha sido un fraude y que no merece ni el esfuerzo de ir a verlo pelear en un cuadrilátero. La mafia del boxeo se encarga de todo. Aquí está un gigante con pies de nata que no sabe pegar, no sabe moverse, no sabe pensar, se invierte un montón de dinero en él y se coge a un buen agente de prensa para que se venda el producto a tanto el kilo. Y este don nadie tiene muchos kilos. Cuando se compran combates a precio de saldo, uno tras otro, es difícil creer que todo ha sido un amaño continuo. Así que se encumbra al saco de carne. Luego se le pone a un verdadero campeón y se le deja caer. Las apuestas, naturalmente, ya han cambiado de lado. La fortuna asegurada. El negocio redondo. El tipo enviado de vuelta a casa con una auténtica miseria en el bolsillo. Y el agente de prensa con la conciencia malherida. Dinero maldito…siempre se necesita.
Y es que es ciertamente complicado conjugar lo correcto con el dinero fácil. Qué más da si por el camino se pierden unas cuantas viejas amistades o si el reproche cae sobre la conciencia como un martillo pilón cada día. Cuando decides asociarte con un sinvergüenza ya sabes cuáles pueden ser las consecuencias. Un periodista que, antaño, tuvo algo de prestigio tiene que hacer algo para sobrevivir y si ese algo es rodear a un paquete de elogios superlativos que parezcan sinceros…el sobre no falta a fin de mes y eso es lo que cuenta. Aunque tal vez no.

Última película de Humphrey Bogart, que rodó ya sabiendo que padecía cáncer y en la cual ya se pueden apreciar algunos rasgos del mal que le estaba corroyendo, Más dura será la caída es la demostración de que en el mundo del deporte nada es demasiado limpio, ni demasiado auténtico. Todo se mueve al compás que mueve el dinero, incluso las conciencias que se venden y se compran aprovechándose de la situación. La dirección de Mark Robson es muy certera y muy precisa, colocando la cámara justo donde se necesita y la actuación de Rod Steiger es agresiva y, quizás, sea uno de los pocos personajes que no dice la verdad en ningún momento de la trama. Algo que no chirría en un mundo donde todo se mueve por interés. Bien lo sabía Budd Schulberg, que escribió un guión mordiente y veraz, neorrealismo de bajos fondos salpicados de la sangre de cejas rotas y mentones magullados. Es lo que tiene encumbrar a un gigante torpe. Cuando llega, la caída es mucho, mucho más dura. Tanto para él como para aquellos que tienen conciencia de que la gente sufre, llora, lucha, siente y pierde. Y pierde sin tongo de por medio, dando lo mejor de sí mismos. 

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