jueves, 16 de julio de 2015

TERMINATOR GÉNESIS (2015), de Alan Taylor

Todos sabemos que las películas que implican viajes en el tiempo guardan alguna trampa. Cuando resulta que nos enfrentamos a una secuela de una secuela de una secuela, la cosa ya resulta ciertamente una tomadura de pelo y eso es lo que pasa cuando tienes a un abuelo como Arnold Schwarzenegger repitiendo un papel que interpretó por primera vez hace un buen puñado de años. Hay que dar explicaciones y las que se dan son bastante grotescas.

Para empezar ya se dice que lo que hemos visto hasta ahora, nada de nada, que eso es una realidad paralela que se ha modificado porque ya a los nueve años Sarah Connor tenía su Terminador de juguete (por eso, el bueno de Arnie resulta tan viejo, no obsoleto). Luego resulta que ha habido tantos viajes en el tiempo para acabar con Sarah y con su hijito John que la cosa se torna un batiburrillo bastante curioso. Y, por último, y ya para rizar el rizo de una saga a la que se le agotan las ideas más allá de lo puramente visual, resulta que John Connor, por arte del progreso asesino, no es tan bueno como parece. Así que, conclusión, se lucha para cambiar un presente, para que no haya un futuro y resulta que el pasado no es el que era.
Eso sí, explosiones, espectacularidad, aunque muy poca sorpresa. Cierto oficio en algunas escenas, algún que otro chiste y un final que, en teoría, acaba con todo pero que no cuadra con el pasado ni de lejos. Cosas del cine.
Todo esto no tendría mayor importancia si hubiera talento intentando sacar una última vuelta de tuerca a la franquicia, pero es que todo ocurre un poco porque sí. Explicación rápida y vamos al lío que es la acción. Bueno para el espectador palomitero y poco exigente. Escaso, muy escaso para el que pide algo más. James Cameron lo entendió muy bien hace más treinta años.
Y es que es difícil descubrir un futuro en el que el héroe debería estar muerto pero ya no lo está y se hace demasiadas preguntas que se quedan sin respuesta. Y las pocas que obtiene provienen de una máquina que ha cuidado de una niña desde su más tierna infancia. Conclusión: ¿las máquinas inteligentes serían capaces de desarrollar sentimientos? Una incógnita científica que aún no tiene respuesta pero que, de ser verdad, haría que el mundo fuera un lugar mucho más frío e inhóspito de lo que, ya de por sí, suele ser. Y es que la guerra no saca lo mejor de cada  hombre pero, en algunas ocasiones, la ficción suele empeñarse en mostrar que sí, que la épica aún existe, que también está presente en los futuros apocalípticos, que basta con que un hombre tenga un motivo para dar lo mejor de sí mismo en las peores circunstancias. Tal vez porque el ser humano tiene la capacidad del sacrificio consciente por los demás y eso hace que tengamos un valor que permanece aún escondido para la mayoría de los mortales. Más allá de eso, puede que el amor, en sí mismo, no sea tan fundamental pero sí el amor en el momento adecuado. Incluso el amor a una máquina que está diseñada para matar. El hombre y su eterna contradicción. Algo que, quizá, por mucha conciencia que llegue a desarrollar la cibernética, nunca podrá igualarse con el hombre.
Así que prepárense para una buena ración de explosiones, de luchas al límite, de explicaciones repentinas y de razonamientos peregrinos. Supongo que esto último es lo de menos cuando se va a ver la quinta parte de esta historia de robots y tiempo que ya se agotó hace algunos años. Es lo que tiene el cine, siempre quiere que los viejos años del éxito vuelvan con fórmulas mágicas que se alejan mucho de la idea original. Muy pocos lo han conseguido y, desde luego, aquí no lo han conseguido. Quizá deberían poner en marcha la esfera del viaje por la quinta dimensión y volver a plantearse la posibilidad de hacer esta película. Los demás nos ahorraríamos tiempo y dinero. Y ellos las dos o tres células grises que han gastado inventándose el producto.


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