viernes, 4 de septiembre de 2015

LÍO EN BROADWAY (2014), de Peter Bogdanovich


“Fíjate en toda esa gente que pasea por el parque y le da nueces a las ardillas. Eso está muy bien. Pero imagínate que hay alguien que en lugar de dar nueces a las ardillas da ardillas a las nueces… ¿qué hay de malo en ello?”
De hecho no hay nada de malo en ello porque es tiempo de puertas cerradas y braguetas con candado, de hoteles lujosos llenos de equívocos de regalo, de llamadas embarazosas y de sobreentendidos para gente inteligente. Y es que la comedia siempre tiene a unos cuantos aliados que saben hacerla con clase, con sentido, con ganas de dar unas cuantas ardillas a las nueces.

Y es entonces cuando el espíritu del viejo Ernst Lubitsch parece que toma forma en esta época de teléfonos móviles y de histerismos baratos. Una serie de personajes neuróticos se dan cita alrededor de unos ensayos teatrales. No hay centro ni periferia porque el lío es lo principal. Decepciones a gritos, vergüenzas destapadas, sueños realizados y alguna que otra sorpresa al final porque quien está detrás de las cámaras es Peter Bogdanovich, un tipo que sabe muy bien cómo dirigir y hacer que nos riamos con el acento puesto en la inteligencia. Es fácil. Solo hace falta tener buen gusto.
Así que Bogdanovich coge a Owen Wilson, a Rhys Ifans, a Imogen Potts, a Jennifer Aniston, a Austin Pendleton (aquel mecenas de la música que tanto se enamoraba de la inaguantable Madeline Kahn de ¿Qué me pasa, doctor?), a Kathryn Hahn, a su vieja amiga Cybill Shepherd y a unos cuantos camaradas y nos brinda una auténtica delicia para el espíritu. La alta sociedad vista a través de un nuevo toque Lubitsch (en especial El pecado de Cluny Brown) y el resultado es la invariable sensación de que se ha visto un placer para los labios, que se distienden y se aflojan, desean besar y ser besados y, al mismo tiempo, uno rebusca en sus secretos, no sea que salga uno hacia la luz.
Claro que también hay una vuelta certera por el mundo del psicoanálisis porque no hay nada que nos garantice que los terapeutas estén libres de obsesiones y de traumas. Sí, sí, como lo oyen. Puede haber doctoras alcohólicas, puede haber doctoras en permanente crisis sentimental, puede haber doctoras de los nervios (nunca mejor dicho) y puede haber doctoras que desean descubrir algo nuevo aunque la frase ya esté más dicha que una vieja película de los años cuarenta. Incluso podríamos decir que hay personas que ejercen de doctores psicoanalistas sin necesidad de desván, despacho y minuta. Y eso es algo maravilloso…aunque también tengan sus defectillos…no sé, por ejemplo que les gusta llamar a una casa de citas en cuanto tienen una oportunidad.
El caso es que se disfruta con la película porque te lleva en volandas, te hace ensayar las frases ininteligibles que se traban cuando se te pilla, te das cuenta de la cantidad de situaciones absurdamente reales que se pueden llegar a plantear en cuanto hay tres o cuatro personas girando en tu órbita, te mueves con soltura por el lujo porque la vida, incluso cuando hay deslices que enfadarían a más de uno, es en sí misma un lujo. Y hay que aprovecharla cuando viejos directores de viejas sabidurías deciden ponerse una vez más detrás de las cámaras y brindarnos una historia como las de antes, con los mismos mimbres, con los mismos enredos y, aún es más, con diferentes actores que parecen los mismos de entonces. No es fácil. Y menos en estos tiempos de amores rápidos y seguridades huidas. Háganme caso. Reírse es lo fácil. Y esta película, lejos de malos gustos, bromas tontas, grotescas actuaciones y tontos problemas, nos da un rato de buena risa y guiños cómplices. Solo reservado para los que, de verdad, aman el cine y no son infieles. Bueno, sí, de vez en cuando. Pero no es lo que parece. Solo es un ensayo. Es lo que tienen los auténticos cineastas. Te hacen dudar hasta de tu propio sentido del humor. Y ése es el que tienen los que conquistan con la imagen y con la palabra bien dicha. Broadway y sus líos. Luces de neón llamando a la gente con clase. Ardillas a las nueces.

2 comentarios:

carpet_wally@gmail.com dijo...

Deliciosa. La acabo de ver años después de su estreno y de esta critica tuya. 6 años en realidad...Y que bien que existan películas así. Estas son el condimento perfecto a los grandes platos. Ningún besugo al horno, paella valenciana (de las autenticas), cocido madrileño o pulpo a feira, es nada sin su sal , sin su pimentón o su guarnición.

Nadie recuerda un plato genial por los pequeños ingredientes que le dan sabor o por aquello que le acompaña y que le hace un plato único y sin embargo son brutalmente importantes.

Cuando se hable de la historia del cine, nadie recordará esta película, como no recuerda nadie (salvo eruditos o muy cinefilos como Tarantino o tu...incluso yo) a "El pecado de Clunny Brown". Pero el cine se nutre tanto de estos filmes de "segunda división" como de los candidatos a ganar la Champions.

En eso Bogdanovich es un experto, un tipo capaz de hacer un mix entre su "Escándalo en el plató" y el mejor Woody Allen desde "Medianoche en París" de tan sólo tres años antes. Hay gente capaz de contar historias como lo harían otros y ser casi tan buenos como los originales, o ser tan originales como los buenos. Unos de ellos es Bogdanovich y aquí lo demuestra. A veces uno disfruta del cine no por las grandes obras maestras sino por esos 90 o 100 minutos en que alguien te cuenta una historia que te entretiene, que te divierte o te asusta. Existe Cervantes, Garcia Marquez, Kafka o Steinbeck, pero Verne, Andersen o Mark Twain lograron que tuviéramos ganas de leer.

No puedo poner un 10 o un 9 a esta película porque no es su objetivo, será un 7 o un 7,5 pero su verdadero regalo es que genera ganas de ver más cine. Cine como este. Comedia bien pensada, bien contada, una comedia de enredo con clase, una alta comedia que no necesita ascensor, un regreso al comedia de los 50, de los 40...al cine de siempre. A las ardillas que se dan a las nueces, a la verdadera magia.

Un fantástico ingrediente que da sabor a los grandes platos.

Abrazos en el mejor restaurante italiano







César Bardés dijo...

Pues muy de acuerdo en todo lo que dices y toda una gozada que hayas disfrutado con esta película que pasó sin pena ni gloria (signo de que las cosas con clase ya no se llevan). Para mí, es una comedia inteligente, divertida, elegante, alocada y de puro entretenimiento, hecha con el estilo de antes, con aromas clásicos e interpretaciones contenidas dentro de la situación liosa de idas y venidas que propone. Hará como un año que la volví a revisar y no, no me dejé llevar por el nombre del director. Bogdanovich sabía muy bien lo que se hacía y, quizá, es posible que éste sea su canto del cisne, su último grito a favor del cine que realmente le gustaba no sólo ver, sino también hacer. También estoy de acuerdo en su calificación...pero qué gusto da otorgar una calificación así a una comedia como ésta, tan, tan alejada de las tontadas que solemos ver habitualmente en las carteleras de los cines. De hecho, esta película (y creo que no digo ninguna tontería) merecería alguna nominación, pero está tan fuera de su tiempo que no fue a verla nadie. Y eso me da que pensar. Es posible que esta película, en sí misma, sea un intento de dar ardillas a las nueces.
Abrazos sin frustración.