martes, 10 de noviembre de 2015

LA CAJA CHINA (1997), de Wayne Wang

Llega el fin de una era y es como si la vida se terminase. El estremecimiento llega a ser estéticamente fascinante pero la tristeza nunca lo es. Tal vez como el amor cuando ya no queda tiempo. Tal vez como una ciudad que cambiará su futuro de golpe. La química forma parte del embrujo porque, cuando llega el fin, hay algo de mágico en la atmósfera. Todo lo veremos como intrusos, como mirando por el ojo de una cerradura, asistiendo a una historia de amor imposible, que tiene que acabar. Igual que un destino acaba. Igual que un tratado se cumple.
Las máscaras caen y todo parece atrapado en un plano muy corto, como si se quisieran atrapar las diferencias culturales solo con los rostros. La historia es poderosa pero hay algo en ella que no llega a transmitir la sensación apropiada. Quizá sea la mediocridad, quizá sea la decepción. Puede que haya demasiados simbolismos en lo que es un simple grito de socorro. O puede que haya que leer demasiado entre líneas para poder comprender lo que se nos quiere decir. Como un juego de cajas chinas, a cada una más pequeña, a cada una más sorprendente, a cada una más prometedora…para descubrir al final el vacío de la última. El tono bajo de la narración contrasta con la estética que preludia otros intentos posteriores de narrar unas realidades que, más bien, parecen sueños. Plano social, plano político, plano individual. Plano. Ésa es la palabra. Que no hay aristas. Que no hay suelos quebradizos. Que todo se dirige hacia el gris de una época que se acaba.
Y es que pasar del más salvaje de los capitalismos a un régimen comunista solo lleva a pensar que las libertades van a ser suprimidas de golpe, como la misma dictadura del amor lleva a exterminar las actitudes de los espíritus. El personaje muere, al igual que muere la soberanía británica sobre Hong Kong. Como un mosaico cuyas teselas se van desprendiendo, poco a poco, sin apenas ruido, sin apenas tamaño. Jeremy Irons y Gong Li hacen un gran trabajo pero Wayne Wang no consigue dar con el punto adecuado en una historia que hubiera merecido algo menos de lirismo y algo más de profundidad. Porque el sobrecogimiento no es profundidad. Puede ser emoción. Pero la emoción también puede basarse en algo que no tiene ninguna importancia.
Tragicómicos destinos que se cruzan en tiempo de cambios. Los problemas individuales dentro de la caja de los problemas sociales que están dentro de la caja de los problemas políticos que están dentro de la caja de los problemas mundiales…o cualquier otra división que se nos antoje. Eso da lo mismo. Es como atomizar lo que verdaderamente nos toca de cerca y que subyace bajo el peso de los grandes cambios. Hong Kong se fue. China llegó. La vida huye. El cáncer crea raíces. El amor se convierte en pasión. La libertad en entredicho. Todo empieza de nuevo. Y empieza para que todo lo anterior muera.


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