martes, 19 de enero de 2016

CORREDOR SIN RETORNO (1963), de Samuel Fuller

Si queréis escuchar el interesante debate que sostuvimos en "La gran evasión" a propósito de "Atrapado por su pasado", de Brian de Palma, podéis hacerlo aquí

A quien Dios quiere destruir, primero lo vuelve loco. No importan las motivaciones. No importa que todo esté basado en la investigación de un asesinato que pone de manifiesto la actitud de algunos celadores usando y abusando de su autoridad en un sitio alargado y gris donde los gritos quedan sordos y las escuchas se vuelven mudas. No es fácil adentrarse en los meandros de las locuras ajenas sin quedar seriamente dañado. Un tipo que se cree coronel del ejército sudista y revive una y otra vez sus viejas batallas…cuando es un hombre joven. Un negro que no deja de repetir consignas racistas porque se le ha hecho tanto daño, su conciencia ha sufrido de tal manera, que ya se cree un blanco con derecho a golpear a un hombre de color. Un científico brillante, una de las mentes más privilegiadas del siglo que se refugia en el carácter infantil, en los dibujos simples de trazo grueso, en la mente en blanco después de dejar la era atómica encarrilada. Y en medio de todos ellos un periodista ambicioso, deseoso de ganar el Premio Pulitzer porque solo él es capaz de engañar a todos y hacerse pasar por loco sin darse cuenta de que, muy pronto, la mente comienza a no saber diferenciar entre la razón y la fuga. Hará su reportaje, se hará mundialmente famoso…pero su raciocinio se habrá evadido por el túnel más fácil. Y posiblemente, no hallará el camino de vuelta.
Una película de cine negro, mezclada hábilmente con una película de terror, con algunas gotas de humor y cierto ingenuo acercamiento al psicoanálisis es la fórmula sencilla para que Sam Fuller resuelva este crimen. Inquietante resulta esa escena en la que llueve dentro del pasillo cuando, en realidad, solo diluvia en la mente del protagonista. Tan difícil es llegar a la verdad que la cabeza se puede extraviar intentando hallar una explicación lógica a tanto desastre mental, a tanta locura inmersa en la electricidad de los tratamientos, a la imprecisión de los comportamientos de quienes han sido testigos de la sangre que se mezcla con el negro y el gris. El peso en las cejas se nota en las miradas turbias y todo se vuelve tan expresionista, tan grotesco, que el cerebro se esconde y, sencillamente, guarda silencio.

En el fondo de la verdad subyace siempre un horror al que no se quiere mirar. Y en la verdad de la investigación de un asesinato en un hospital psiquiátrico está la certeza, siempre esquivada, de que se puede ser loco traspasando las líneas difusas de lo razonable. Y un asesinato no es razonable. Como tampoco lo es fingir que se pertenece al mundo de lo clínicamente muerto. Como tampoco lo es comenzar a confundir a la novia con la hermana. Como tampoco lo es dejar que la personalidad vague por los rincones mientras la obsesión se instala como un fugitivo en el cuarto de arriba. El corredor es sin retorno. Y el dolor, también.

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