lunes, 15 de febrero de 2016

EL CLAN DE LOS SICILIANOS (1969), de Henri Verneuil

Gabin, Ventura, Delon. Tres generaciones de puro granito que empuñan la pistola de modo muy diferente. El miedo se instala en cualquiera que pase por delante de ellos. Porque sabes que sus miradas ya son balas que traspasan la carne más dura. Porque no hay nada que se les pueda resistir. Ni siquiera la derrota acaba con ellos. El revólver parece quejarse en sus manos. Las arrugas de sus rostros parece que se abren para gritar el paso de los años. Gabin, Ventura, Delon. Tres tipos de mucho cuidado.
Gabin. Perro viejo de viejas batallas que ha madurado para robar solo a lo grande. Ya quedaron atrás aquellos días del negocio modesto que sirvió de base para construir un imperio capaz de cualquier cosa. La serenidad se halla en su casa mientras su rostro es un compendio de atracos, de algún que otro año de cárcel y de muchas éticas traicionadas. Es un gángster de piel de gabardina y sabe ser tierno con los nietos, duro con los subalternos y exigente consigo mismo. Las cosas tienen que estar bien planeadas, no dejar resquicios a la improvisación no es una consigna, es un estilo de vida. Tiene la incertidumbre de creer que las nuevas generaciones tal vez no sean tan leales. La traición está ahí y no hay que flaquear cuando la policía llama a la puerta. Por eso esa dignidad cuando tiene que marcharse y no puede quedarse a cenar. Por eso su pistola quedará ahí, encima de la mesa, sin nadie que se atreva a tocarla.
Ventura. Veterano policía que corre mucho para encontrarse con demasiadas puertas cerradas. Es el sino que le ha tocado vivir. Un policía que, a menudo, tiene que comportarse como un gángster para poder tocar el triunfo de vez en cuando. En su mirada hay inteligencias y dudas. Pero sabe con quién se enfrenta. Sabe que a uno tendrá que matarlo y que a otro habrá que ir a buscarlo en su propio terreno. Su andar es tan macizo que parece roca dura curtida a la orilla del mar. Con toda su sal sobre la piel. Con toda la dureza que recubre su ansia por volver a fumar. Mal negocio para un policía cuando no tiene puertas de escape y tiene que estar veinticuatro horas al día persiguiendo a individuos que se han pegado la gran vida mientras él ha dormido en coches, se ha atiborrado de cafés y ha consumido demasiados cigarrillos. Y ahora hay que dejar de fumar. Eso casi es tan duro como los tipos a los que tiene que perseguir. Su pistola apenas dispara. Él acribilla con el gesto.
Delon. El sicario de ojos azul lago. Es frío pero tiene un punto impulsivo. No es de los que planifican con tanta antelación porque sabe que cualquier imprevisto necesita una buena dosis de improvisación. Si se mete en algún lío, no hay problema. Ya habrá una solución. Aunque sea tirando de pistola contra su propia gente. Al fin y al cabo, los sicilianos le tratan a cuerpo de rey pero se olvidan de lo que siente un tipo que ha estado en la cárcel cuando hay una mujer hermosa tentando su territorio. Sabe que le queda mucho para llegar a ser jefe. También sabe que no tiene sangre en las venas y que las muertes que va dejando a su paso no le importan. No merecen ni un solo pensamiento más. Quiere sentirse libre hoy para poder matar a alguien libremente mañana. Ése es su máximo objetivo. No está hecho para dirigir clanes, familias o grandes negocios. Su negocio es matar, y el negocio va estupendamente.

Gabin, Ventura, Delon. Tres generaciones con las que hay que tener mucho, mucho cuidado.

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