martes, 1 de marzo de 2016

EL FOTÓGRAFO DEL PÁNICO (1960), de Michael Powell

No hay nada como coger el último instante, ese momento en el que se dibuja el miedo de la muerte en el rostro de la víctima. Filmarlo y luego recrearse en ello. La pata del trípode bien extendida para hacer mella en la garganta y dejar bien claro hasta qué punto llega la excitación de ser espectador de un momento único, de un último momento, del momento.
Claro que, quizá, el viaje de vuelta a la razón sea aún más doloroso por alguien que enseña el lado más tierno de una vida llena de traumas. No es fácil enfrentarse a los propios miedos, al padre que tanto hizo por impregnar la personalidad de inseguridades y humillaciones. Solo así, con la fotografía, se puede inmortalizar el momento más eterno, el que siempre escondemos y guardamos para el auténtico pánico. El hombre como monstruo observador y ejecutor. Tal vez no haya nada más excitante que todo eso.
Y, sin embargo, ahí, en el piso abajo, esa muchacha…Algo tiene en su inocencia. Quiere asomarse al interior porque es como una niña que es incapaz de sentir miedo, solo siente pena, compasión y eso son sentimientos nuevos dentro de esa sed de sangre que siente el fotógrafo. Es como si le desnudara y le dejara abandonado a la intemperie, llorando, acurrucado en un rincón. Ella es la más peligrosa de todas porque no siente miedo ante la cercanía de la muerte y por su rostro solo pasa el intento de comprender a un niño que nunca dejó de hacer fotografías y que pierde su destino en busca de una excitación que es pecado, que es degeneración pura y simple dentro de un mundo pura y simplemente degenerado.

Michael Powell realizó su segunda película en solitario tras su finiquitada asociación con Emeric Pressburger para hacernos el retrato de una obsesión que no era más que la suya propia llevada al extremo. Powell, desde niño, hacía fotografías a todo lo que se le ponía por delante intentando encontrar el instante mágico que hacía que ese momento fuera duradero y, a la vez, inminente. El fracaso con esta película fue histórico hasta tal punto que Powell tuvo que emigrar a Estados Unidos para poder seguir trabajando. Allí conoció a Martin Scorsese que siempre declaró que Powell fue el director más influyente sobre su obra. Tal vez porque ambos querían retratar a la muerte desde distintos puntos de vista. Y es que no deja de ser fascinante llegar a grabar en algún soporte el sufrimiento de alguien, como tanto se ha demostrado en los premios internacionales de fotografía. Tal vez porque solo el sufrimiento vende o puede que, aunque también experimentemos compasión, consigamos llegar a pensar que siempre hay gente que está peor que nosotros. Michael Powell lo sabía muy bien y de ahí que su fimografía estuviera repleta de títulos apasionantes, que ponían a sus protagonistas en la vida pero también ante la cara de la muerte. Algo que resultaba tremendamente turbador cuando el entorno que nos rodea está lleno de color. 

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