martes, 29 de marzo de 2016

LA MUJER DEL AÑO (1942), de George Stevens

No es fácil ser una mujer independiente, de éxito comprobado, respetada en los círculos más elitistas y, a la vez, llevar la romántica vida de alguien que se ha enamorado locamente. Claro que si se supiera algo de béisbol la cosa cambiaría. Más que nada porque no se puede criticar a un deporte tan genuinamente americano y quedarse tan tranquila. La válvula de escape para un buen puñado de ciudadanos que están viendo cómo se va a entrar en guerra de forma inexorable no merece ser vilipendiada como un deporte de masas aborregadas que no piensan en los asuntos realmente importantes. Pero ¿quién dice que amar a tu pareja, cuidarla, repartir algo de cariño en tu entorno más cercano no sea importante? Puede que eso no vaya con la mujer moderna, independiente, de éxito comprobado y respetada en los círculos más elitistas. Y que no se entienda mal. No es que tenga que hacer bollos imposibles, café amoroso, tostadas saltarinas y ocuparse de la casa. Se puede ser una mujer emancipada sin dejar de dar algo que es fundamental para muchas personas como es el amor. Por mucho que se llegue a ser la mujer del año.
Y es que ya son muchas cosas. Un premio por encima de todo dejando de lado la obligación más básica. Una noche de bodas repleta de invitados que se resisten a abandonar la habitación conyugal. Una conferencia sobre la liberación de la mujer en la que solo hay un hombre. La adopción de un niño así por las buenas para que se pierda entre los muros vacíos de una casa propiedad del mundo. No, no puede ser. El béisbol es deporte de equipo, igual que lo es el fútbol. Hay que remar en la misma dirección y con la cabeza puesta sobre los hombros. Quizá solo queda el humor para digerir todo esto y también eso se acaba. Incluso cuando la mujer quiere dar a entender que está preparada para crear ese ambiente que toda familia necesita y resulta que el bollo se desborda, el café se derrama, las tostadas caen al suelo o se cogen al vuelo y la casa es un caos a los diez minutos. Eso convierte al hombre en un mero limpiador. Y si el hombre es el que lanza la bola, la mujer es la que tiene que batear.

Tracy-Hepburn de nuevo, dando lecciones en su primera colaboración en el cine. De aquí nació el amor legendario que tantas líneas ha ocupado. Y descubres que hubo una gran complicidad entre ellos, que cuando Kate Hepburn actuaba, Spencer Tracy reaccionaba. Y no se ven girar los engranajes, todo parece que se desliza como en un tobogán de seda y humor. Al fin y al cabo, la mujer del año tenía que existir porque había un hombre del año detrás. Por una vez que se cambien las tornas tampoco queda tan mal. Por lo demás, basta con dejarse llevar por el juego y poner un gesto desenfadado en los ojos. Ellos dos hacían el resto, manejaban la historia a su antojo, establecían conexión con el público y no había “strike” al tercer lanzamiento. Todo se reduce a estar muy a gusto estando solos, sin interferencias, sin tipos arrogantes de eficacia dudosa, sin revolucionarios y resistentes. Solo dos que, en el fondo, eran uno.

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