martes, 19 de abril de 2016

LA OCTAVA MUJER DE BARBA AZUL (1938), de Ernst Lubitsch

Si tenéis ganas de uniros al homenaje que tributamos a Georges Meliés en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla podéis hacerlo aquí. Fue un debate en el que no  todos estuvimos tan de acuerdo.

Todo empieza por un pijama. La parte de arriba, la parte de abajo. Bien es sabido que los hombres no utilizan la parte de abajo solo la parte de arriba. Y, de repente, llega esa encantadora muchachita dispuesta a comprar solo la parte de abajo. Y la cuestión se pone dura porque una bañera de Luis XIV entra en juego con el que va a recibir la parte de abajo. Así que ya está bien de aprovecharse del figurón de turno que tiene más dinero que Rockefeller y que lo único que desea en este mundo es encontrar a la mujer que le dé estabilidad y amor. Claro que eso ya lo ha intentado siete veces. Y ninguna salió bien. Tanto es así que todas acabaron aprovechándose de su fortuna que era lo que realmente querían. Y esta vez está seguro de que va a dar en el clavo. Ella no puede aprovecharse, no es de esas. Todo lo contrario. Es una de esas otras que no dan ni una migaja para que no haya malos entendidos. Así que sequía y buena letra. Y no, no leas La fierecilla domada para dar lecciones sobre cómo tienes que tratar a una dama. Ése no es el mejor camino para conquistar a una mujer a la que no le importa dar una bofetada al hombre si es preciso. E incluso montar una obra de teatro con tal de darle celos. Para eso están los secretarios.
Y es que los dobles y triples equívocos lo único que consiguen es traer jaleos por debajo de la cintura. Solo que un maestro como Ernst Lubitsch jamás se atrevería a decirlo claramente. Cuando no hay marcha, solo hay escarcha. Y Lubitsch lo sabía muy bien. Para eso pone en liza a detectives, padres y boxeadores y a siete mujeres anteriores cuya sombra pesa más que una bañera de porcelana. La Costa Azul, esa trampa de arena y agua. Siempre hay alguna ventajista que trata de sacar lo que no está en los escritos. Y eso no se puede permitir entre llamadas telefónicas cargadas de millones y deseos caprichosos de obtener fácil cualquier cosita. No sé, por ejemplo, una esposa.

Una de las cosas que más sorprenden en esta película es la expresividad que demuestra Gary Cooper, saliéndose totalmente de su habitual tono menor e integrándose con facilidad en esta trama de amor y millones que tiene a Billy Wilder y Charles Brackett como guionistas y a Claudette Colbert, David Niven y el maravilloso Edward Everett Horton de comparsas. Y es increíble comprobar cómo el chiste es fácil, la intención es aguda, la sofisticación está presente y la genialidad campa por sus respetos en un plató que no ha sido ni será jamás la Costa Azul y que, poco a poco, se va convirtiendo en una comedia de puertas cerradas y braguetas de idéntica condición. No es de extrañar que fuera un clamoroso fracaso en su estreno y que Lubitsch la tuviera en mucha estima al creer que, en contra de la opinión del público y de la crítica de la época, era una buena película, cargada de dobles intenciones y de bromas que no eran solo verbales sino también visuales. Y ahora les voy a dejar. Tal vez encuentre una esposa en una playa de lujo y me quiera no solo por mi dinero sino por mi natural encanto lleno de millones. 

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