miércoles, 18 de mayo de 2016

CAMINOS SECRETOS (1961), de Phil Karlson

La noche es fría y oscura y tratar de sacar a alguien de detrás del telón de acero no deja de ser una excursión hacia la noche. Nadie es quien dice ser y las trampas se van colocando por todos los caminos secretos porque hay quien no quiere que salga, hay quien desea que huya, hay quien ruega porque muera y hay quien sencillamente no se quiere ir. El jeroglífico de las rutas de escape parece no tener solución y el tiempo se acaba. Mike Reynolds lo sabe muy bien porque ya ha pasado por demasiados muros y ha roto muchas, muchas alambradas. Él se pone siempre la máscara del cinismo para poder sobrevivir y, sin embargo, en esta ocasión, lo va a tener muy difícil. Más que nada porque el amor se mezcla en el camino y solo unos pocos hombres dispuestos a sacrificar sus vidas serán lo suficientemente valientes como para ayudarle. La resistencia es débil y el Estado es poderoso. Tanto que es capaz de espiar allí donde solo hay compañía. Tanto que la tortura y la venganza también planea sobre la fuga. La noche es fría y oscura y se cierra sobre los que no tienen ninguna esperanza.
Lo peor de todo ello, más que la amenaza continua de la captura, es la soledad. Y esta vez Mike no está solo. Lleva a alguien que acabará amenazando con capturar su corazón. Las fronteras están llenas de armas, de hombreras brillantes y miradas asesinas porque la orden es tajante. Hay que eliminar a todo aquel incauto temerario que intente salir, sea quien sea. Y el día parece que solo existe al otro lado, donde la libertad de tomarse un café en un sitio cualquiera no es más que un lujo en el lado más tenebroso del mundo. Ojos que no dejan de mirar en todas partes. Manos que no tardan en empuñar un arma a la más mínima sospecha. Gestos de odio en cuanto se tiene la impresión de que un extranjero viene a husmear más de la cuenta. La vigilancia es continua. El ingenio, también.

Adaptada de una novela de Alistair MacLean, autor también de Los cañones de Navarone, Estación Polar Cebra o El desafío de las águilas, Phil Karlson dirigió de forma trepidante una película que también contiene algunas secuencias rodadas por su protagonista, Richard Widmark. Hay cosas algo incomprensibles y saltos sorprendentes pero el ritmo es alto en una historia que contiene entradas y salidas del telón de acero y la seguridad de que se está haciendo algo bien cuando se ha empezado por hacerlo por la razón más vieja de todas. La fotografía nocturna de Max Greene sorprende por su planificada mirada a la serie B y aún es más pintoresco comprobar que el encargado de la música es un tal Johnny Williams en su tercer trabajo para el cine. En cualquier caso, los caminos secretos de la libertad no dejan de ser fascinantes cuando las piedras húmedas y la gélida oscuridad tratan por todos los medios de cobijar a los que cercenan la más maravillosa palabra concebida por el hombre. Y cuán a menudo se niega su existencia, se asesina su derecho y se confunde su significado.

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