martes, 24 de mayo de 2016

CÓDIGO DEL HAMPA (1964), de Don Siegel

Si queréis escuchar el sonido de la ruleta rusa que en "La gran evasión" pusimos en marcha con "El cazador", de Michael Cimino, lo podéis hacer aquí. Suerte.

Una víctima que no corre, que no se defiende, que no ruega. Algo muy extraño en un mundo donde las pistolas no dejan de trabajar y las venganzas son moneda corriente. Habría que averiguar por qué ese tipo solo asintió cuando se le preguntó el nombre, miró a la muerte fijamente y se dejó matar. Puede que algunos no les importe pero un profesional siempre espera el encaje de la bala en la carne adecuada. Y algo no encaja con este profesor que, antes, tuvo otra vida. Una vida que, en el fondo, también acabo asesinada. Por una mujer, por un hombre, por dinero…por cualquiera de las viejas pasiones humanas que tanto menoscaban la dignidad. El triunfo estaba ahí, al alcance de la mano y, sin embargo, ella tuvo que cruzarse y embaucarle todos los días porque todos los días le conquistaba. El beso dulce que sabe a hiel. El fracaso anunciado en unas curvas más peligrosas que las que se puedan dar con un bólido a doscientos por hora. No, no es normal. El tipo se dejó matar. Y no sabemos por qué.
Puede que haya un código en el hampa que diga en silencio que hay que matar por un motivo y morir sin él. Y este tal Johnny North murió con un motivo. O con varios. Eso intriga a cualquier profesional del asesinato. Más que nada porque el trabajo no estaría completo. Más que nada porque ser un sicario no es gratis. Y llegado determinado momento hay que indagar e, incluso, ejecutar una venganza ajena. Sí, porque cuando te das cuenta de que hay personas tan malvadas, tan injustas, tan mezquinas que obligan a renunciar a una vida para luego abandonarte como un despojo, quizá esas personas deban ser asesinadas con un motivo dentro del cargador y morir sin ninguno. Solo preguntándose cómo han podido acabar tan mal como lo hizo Johnny North. Todas las cuestiones tienen que ser respondidas. Y la verdad, al final, es tan asquerosa que no importa el hecho de tener un arma en la mano para acabar con vidas ajenas. Lo que importa es dejar el asunto bien cerrado. Y decir a Johnny North, aunque sea demasiado tarde, que no murió por nada.

Don Siegel dirigió a John Cassavettes, Angie Dickinson, Clu Gulager, Lee Marvin y Ronald Reagan (en su último papel antes de comenzar su carrera política al asalto del Estado de California) en un remake inteligentísimo de Forajidos, de Robert Siodmak haciendo que los mismos asesinos sean los investigadores privados que tratan de esclarecer los motivos para que un hombre se deje matar. La conclusión siempre lleva rúbrica femenina y quizá no haya muchas más balas que disparar cuando la lógica se cierne con tanta fuerza sobre el crimen. Incluso en el momento en que sientes cómo los tiros muerden y no hay ninguna pistola de la que echar mano, solo el gesto, solo la certeza de que el disparo de vuelta hubiera sido implacable. Aunque la muerte, esa asesina profesional, esté acechando detrás de cada información, detrás de cada traje negro, detrás de las gafas de sol del compañero impasible. 

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