miércoles, 1 de junio de 2016

EL RELOJ ASESINO (1948), de John Farrow

Los segundos se suceden mientras van desgranando su melodía incesante: “Culpable, culpable, culpable”. Y quizá el único delito haya sido estar en el lugar equivocado en el momento menos oportuno. El sensacionalismo periodístico es un barómetro de la ambición y todos quieren atrapar al asesino que él no es. El cerco se estrecha, la realidad agobia, la falta de tiempo angustia, la solución encierra. No cabe duda de que es muy difícil hallar al auténtico asesino mientras todo un equipo busca denonadamente al culpable al que apuntan las pruebas. Sin embargo, alguien ha dejado que todo el mundo crea eso y la razón es muy difusa. Tal vez se quiera proteger al auténtico asesino. Tal vez solo se busque un reportaje con suficiente gancho como para vender más ejemplares de una basura de revista. No hay tiempo para la privacidad. Solo para demostrar la inocencia cuando no hay nada que lo indique. Culpable, culpable, culpable.
Todo porque hubo un par de copas más, un olvido imperdonable y dejarse arrastrar por un momento de relajación mientras se saboreaba un despido que estaba mojado a medias entre la decepción y el alivio. Un objeto pesado y una cinta verde y el reloj sigue con su movimiento implacable. A cada segundo que pasa, el cerco se cierra más y más y hay que tener la cabeza muy fría como para despistar a todos. Porque nadie sabe que existes. Nadie sabe que eres. Nadie supone que tienes. Nadie cree que te libres. Y lo peor, quizá, no es llegar a saber quién es el asesino sino darse cuenta de que el individuo realmente peligroso es el que ha urdido la trama para que todo apunte en una sola dirección. Y el culpable y el investigador coinciden en la misma persona. Malditos Martinis. Malditas vacaciones. Maldita revista. Maldita casualidad.

Dirigida con un ritmo trepidante por John Farrow, padre de Mia Farrow, e interpretada con angustia y premura por Ray Milland, George MacReady y Charles Laughton, El reloj asesino se antoja como una caza imposible que nunca puede llegar a buen término porque las manecillas siempre apuntan al minuto y hay muy poco tiempo para sacar la última edición. Se trata de la primera versión de aquella No hay salida que interpretaron Kevin Costner, Will Patton y Gene Hackman y se aparece tan terrible el mundo empresarial como el militar. Lo cierto es que el culpable tiene que correr si quiere conservar el pellejo y el culpable tiene que esperar tranquilamente sentado en una mesa rumiando su sentimiento de superioridad igual que un león espera devorar su primer plato. Sí, lo he escrito bien. Es la erótica del poder que impide traspasar determinadas barreras para hacer justicia en un mundo que siempre intenta acabar con el eslabón más débil. Y John Farrow consigue que nos creamos a ese personaje megalomaníaco que interpreta Laughton o a ese tipo que es carne de imprenta y de horas gastadas a la luz de los fluorescentes al que da vida Milland. Culpable, culpable, culpable. Y el reloj asesino sigue dando las horas de forma implacable, total y con el minutero siempre pasando al lado de la aguja más pequeña sin saber que precisamente ella es la responsable de su continuo movimiento.

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