viernes, 15 de julio de 2016

ARSÉNICO POR COMPASIÓN (1944), de Frank Capra

Con este artículo vamos a poner punto y aparte al blog durante esta temporada. Es un día difícil pero quería que todos nos despidiéramos con una sonrisa. Las visitas han caído mucho y se nota que las vacaciones, merecidas para todos, están esperando. En cualquier caso, no dejéis de ir al cine. Es la mejor medicina para colocar los pensamientos. Gracias por un año especial marcado por la publicación de mi libro "El sueño americano (El cine en la era Kennedy)". Estaremos de vuelta el jueves, día 1 de septiembre con nuevas ideas y muchas más películas. Besos para ellas, abrazos para ellos.

Estupendamente, estupendamente, gracias. La familia Brewster al completo tiene una tendencia hacia la psicopatía aguda. Menos Mortimer, claro. Él desahoga esos instintos escribiendo críticas teatrales. Y además no sabe nada. Es un palomino atontado que no se entera de que su hermano y sus tías son asesinos. Y su otro hermano, bueno….caaaaaaarguueeeeeeen, plaf. En realidad, lo que hace Mortimer para pasar el trago está muy mal, muy mal. Interna al bueno para hacer creer que lo que ha pasado es porque todos están como una regadera sin agujeros. Es normal teniendo en cuenta de que todos viven al lado de un cementerio. Y además Mortimer va y se casa con la hija del pastor de enfrente. Lo último. Lo primero. Estupendamente, estupendamente.
Y es que no ha habido casa en la historia del cine en la que haya habido tantos portazos, tantos equívocos, tantas idas y venidas por una nimiedad como es la de esconder unos cuantos cadáveres. Y el caso es que las tías de Mortimer son encantadoras. Son esas viejecitas que todo vecindario adoraría poseer. Y Teddy, el hermano neurótico que se cree presidente de los Estados Unidos, es simpático a rabiar. Hasta firma decretos secretos. Estupendamente. Las manecillas del reloj se desploman cada vez que sube las escaleras como un poseso y trata de cargar contra una fortaleza. Es un signo de que las cosas han cambiado, de que el tiempo de las viejecitas caritativas ha pasado y de que el loco es más molesto que gracioso. Sobre todo con la trompeta con la que convoca al gabinete. Y mientras tanto la novia esperando. Y el cadáver en el arcón. Y Mortimer volviéndose tarumba y creyendo que la genética de la maldad y de la locura descansa sobre su familia como un exquisito vino de bayas. Estupendamente, estupendamente. Esta noche, tenemos función.

No deja de ser paradójico que Frank Capra se decidiera a rodar la versión de la obra teatral Arsénico y encaje antiguo justo antes de incorporarse a la Unidad Fotográfica Aliada en la Segunda Guerra Mundial. Es como si necesitara echarse unas carcajadas antes de conocer el horror. Y lo hizo a conciencia porque las risas no paran, la neurosis campa por sus respetos bajo la apariencia de lo entrañable y su hermano psicópata que se parece sospechosamente a Boris Karloff aparece para esconderse junto con un médico que no puede ver la sangre y el señor Spinalso. Sí, porque el señor Spinalso es otro invitado más que va de aquí para allá y acabará en Panamá junto con los demás. El caso es que es muy difícil escribir algo coherente sobre una película de locos de atar y claro, las teclas se mueven traicioneras y los competidores se ciernen y la policía merodea para ver si lo que escribo es normal o necesita tratamiento. Todo lo demás no importa en el mundo exterior. Estupendamente, estupendamente. Así que, señores, voy a reunir al gabinete y voy a cavar una esclusa del Canal. Con mucha pena tengo que poner el punto final. Y es un punto final esquizofrénico, no cabe duda. ¡¡¡Caaaaaaaargueeeeeeeen!!!

jueves, 14 de julio de 2016

MONEY MONSTER (2016), de Jodie Foster

Un profesor de Economía de Empresa, hace ya unos cuantos años, me dijo que no me fiara de nadie en los asuntos bursátiles. “No creas a nadie que dice que entiende de Bolsa. Nadie entiende. El que te lo diga, miente como un bellaco”, afirmaba. Y sé que aquello fue, además de una buena enseñanza, un buen consejo. La Bolsa es un juego financiero de riesgo bastante volátil al que se le achacan más culpas de las debidas e, incluso, hay algún incauto que se alegra de sus bajadas sin caer en la cuenta de que gran parte de los planes de pensiones privados que muchos tenemos suscritos dependen de la marcha del IBEX 35.
Pero no solo es eso. También es un indicativo del dinamismo de la inversión o de la estática que puede producir. Otra cosa es que algunos, muchos, de los individuos que están metidos en la cotización, índices y demás zarandajas bursátiles estén corruptos hasta la médula y, por supuesto, traten de sacar tajada de todo ello sin importarles las consecuencias en las vidas de cientos de pequeños inversores que han puesto sus esperanzas en algo que, sustancialmente, no es un buen negocio para ellos. Y ése es el otro lado de la moneda. Hay unos cuantos que se han empeñado en invertir todo su dinero en ello y, cuando han perdido, no entienden cuándo ha podido pasar, ni por qué…sencillamente porque nadie les da una explicación inteligible. Un signo también de la ingenuidad y de la falta de previsión de esos pequeños inversores que, de la noche a la mañana, perdieron cuanto tenían…tal vez porque algún supuesto experto les recomendó que pusieran su dinero en manos de determinado valor. Ambas partes tienen su responsabilidad. Al igual que la tiene el depositario de esos ahorros.
Imagínense que uno de esos pequeños inversores, perjudicados y hundidos, secuestra al supuesto experto amenazándole de muerte y queriendo tan solo una explicación lógica a la desaparición de su dinero. No pide mucho y los economistas y “expertos” tienen una tendencia enfermiza a explicarlo todo con términos que suenan a idioma de los Urales para la gran mayoría. Todos opinamos sin saber, sencillamente porque el derecho de la opinión se ha opuesto radicalmente al derecho del entendido y más aún en un negocio donde no hay entendidos. Así que no hay más remedio que llevarlo todo a las últimas consecuencias para dejar bien claro el tamaño del fracaso más rotundo. Lo demás es solo una fachada que se esconde tras el monstruo del dinero.
Aceptable la dirección de Jodie Foster en una historia que, en algunos momentos, parece bastante increíble pero en la que se siente el mimo en la dirección de actores con excelentes interpretaciones de George Clooney y de Julia Roberts, con algunos pasajes de cierta altura combinados con otros de ingenuidad patente y con una actuación discutible de Jack O´Connell aunque reconociblemente trabajada. En cualquier caso, no deja de ser una entretenida fábula sobre los desgraciados, sobre el sensacionalismo periodístico que tanto daño hace a la libertad, sobre la honestidad escondida, sobre el engaño continuado, sobre la pantalla de un vocabulario falso y denso, sobre la seguridad de que ningún negocio, por preclaro y evidente que sea, va a preocuparse de la persona que hay detrás. Más que nada porque el negocio solo admite números y los números, por mucho que se les dé la vuelta, jamás podrán llegar a ser personas. 

miércoles, 13 de julio de 2016

TAXI DRIVER (1976), de Martin Scorsese

Una bestia de color amarillo emerge de un mar de brumas. Es una especie de dragón que parece dispuesto a limpiar las calles de basura humana y de corrupción moral. Lo conduce Travis Bickle y sus ojos están cansados de no dormir. Quizá porque ya estuvo en una guerra y nadie se lo agradeció. Quizá porque la noche le engulle con sus enormes ojos brillantes de farolas encendidas y lo hunde en el silencio y en la mediocridad. Las razones importan poco. Lo que importa es que, sin apenas darse cuenta, la misma calle está fabricando a un psicópata que, en cualquier momento, alcanzará la catarsis en una explosión de violencia incontenible. Demasiados locos subidos en el taxi. Demasiadas degeneraciones de asiento trasero. Demasiado frío en una ciudad que se abre de piernas. Tal vez haya alguna pequeña luz rubia en algún sitio, en algún rincón que no haya sido tocado pero la luz se apagará abruptamente porque Travis, sencillamente, no tiene ni idea de tratar a la gente. Solo ve basura y empieza a comportarse tímidamente como basura. Las calles tienen que limpiarse. Solo hace falta un buen limpiador.
El espejo devuelve la imagen obsesiva de un tipo que solo quiere cerrar bocas y volar cabezas. “¿Me estás hablando a mí?”, clama una y otra vez. Entre otras cosas porque nadie ha reparado nunca en él. Puede que haya habido un par de charlas con otros colegas de profesión. Las imprescindibles. Pero Travis es un cero a la izquierda, un ser perfectamente sacrificable. Si él no estuviera solo su taxi le echaría de menos. Y eso es muy poco para cualquier ser humano. Incluso para un ser humano que está dejando de serlo como Travis Bickle.
La música parece que hunde sus garras en la razón para decirle a Travis que no cierre sus ojos. Puede que, incluso, le susurre al oído que no duerma porque si él duerme, la ciudad acabará con él, acabará diluyéndole en un mar de asfalto, de humedades, de semen recién derramado, de aguja con sangre en la punta, de pesadilla de cemento y nada, de corrupción de carne que no debería mancillarse. Sin embargo, también hay algo dentro de él que le dice que puede hacer algo útil solo que no sabe leer sus propios pensamientos. La noche sigue comiéndole poco a poco, sin pausa, sin prisa, con la paciencia puesta en los faros de su taxi, con la locura rondando y bajando el taxímetro.

Déjame en cualquier sitio, Travis. Y llévate una buena propina. Sigue conduciendo y no trates de ser un ejecutor que solo busca desahogar su rabia. Así solo habrá sangre a tu alrededor por mucho que los disparos lleguen a darte algo de paz. Dentro de algunos años, seguro que volverás a tener lleno el tarro de las obsesiones y alguien saldrá dañado. Y solo tendrás un par de recortes de periódico pegados en la pared, una televisión rota en el rincón, una desesperación que no sabrás dónde aparcar y la seguridad de que tú también eres basura. La calle no tiene piedad.  Y tú no eres más que un pretendido tipejo con complejo de inferioridad que un día quiso llamar la atención. Vuelve a la bruma. Vuelve al frío. Arrebújate en tu chaqueta de veterano. Y cambia de turno. Tal vez así puedas, por fin, cerrar los ojos.

martes, 12 de julio de 2016

CON FALDAS Y A LO LOCO (1959), de Billy Wilder

El programa sobre "Sopa de ganso" que hicimos la semana pasada en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla fue elegido como uno de los mejores podcasts de cultura de la semana pasada. Es la cuarta vez que tenemos el honor detrás de los programas sobre "Tierras de penumbra", "Vértigo" y el especial sobre el cine de terror. Si queréis visitar a los Marx podéis hacerlo aquí

El tren echa vapor cuando ella pasa. Y los hombres también. E incluso dos mujeres. Ellas son lo peor de lo peor. Una contrabajista y una saxofonista, chicas finas en ambientes sórdidos. Sí, porque los violentos años veinte rugían en Chicago con toda su furia y la matanza del día de San Valentín copaba las portadas de todos los periódicos. Y dos chicas como esas son de finura contrastada y maracas afinadas. Digo bien porque cuando se prometen las elegidas son ellas y las pulseras de diamantes corren de muñeca en muñeca. Un momento, un momento. Aquí nada es lo que parece. La rubia explosiva, en realidad, bebe para ahogar sus penas. El millonario no puede ver un yate que no es suyo. La chica que no puede prometerse, se promete. El mafioso que quiere hacerse  con el control de todo el negocio celebra su cumpleaños cuando no es. La funeraria, en realidad, es un antro de alcohol y vicio. Es Billy Wilder en plena efervescencia y teniendo como compañeros a Jack Lemmon (“el cielo es trabajar con él”), Tony Curtis y Marilyn Monroe.
El truco, según Wilder, estaba en dar el papel más flojo a la estrella más potente. También consistía en hacer una película de drag Queens que no resultara ni una parodia, ni algo grotesco. Llenar los rincones con unos diálogos tan agudos que no dejaban lugar para la improvisación. Hacer una comedia de screwball comedy con tanta clase que uno desearía haber nacido mujer para tener algo de ella. Y no era fácil. Tan difícil como pescar a un millonario en la playa de Miami con la concha bajo el brazo. Al fin y al cabo, un contrabajo agujereado como un queso de Gruyére era una buena razón para travestirse y hacer lo que fuera con tal de no ir a dormir con los peces. Con los arenques, concretamente. Esos peces tan grandes que caben en latitas tan pequeñas debido al vinagre que los hace encoger.
Wilder sabía reírse de una sociedad violenta que, a pesar de la fiesta y de la alegría imperante, seguía emborrachándose y solucionando los problemas a golpe de metralleta. Y si, por el camino, se detenía en una crítica sobre los dos sexos y sobre la verdad inexcusable de que nadie es perfecto, mejor que mejor. Eso solo está reservado a los grandes genios que saben hacer grandes películas en cualquier género y Billy Wilder era uno de ellos. Lo cierto es que esa ropa tan ligera, esos pechos postizos, esos zapatos de tacón con los que no anda ni un hipopótamo bailando el fox-trot y ese caminar entre tiburones todos llenos de manos tiene su mérito. Y deberíamos darnos cuenta mucho, mucho antes. Y si es con una carcajada de disfrute…esto es el paraíso. Es un hotel en Florida en primera línea de playa. Con faldas, Tony, y a lo loco, Jack.


viernes, 8 de julio de 2016

LOS PUENTES DE MADISON (1995), de Clint Eastwood

Se puede morir de amor aunque se tarde muchos años en hacerlo. Basta con tener grabadas las fotografías de los momentos inolvidables en el corazón y dejar que sean parte de tu vida. Y así la vida se encuentra con la muerte, y la razón con la sinrazón, y el sentido con el todo porque, de improviso, te das cuenta de que naciste para amar y ser amado. No importa la distancia o la razón de peso. No importa que ella no se atreviera a abrir la portezuela del coche en aquel día de lágrimas y lluvia. No importa más que la seguridad de que, de algún modo misterioso, esas dos almas estarán indisolublemente unidas. Y entonces la mirada se hace más sabia, se hace más profunda, se hace más experta, se hace más eterna. Porque los momentos pasados son el verdadero tesoro del presente y siempre se tendrá la sensación del roce de la piel, del olor tan particular, de ese instante de color amor que inundó la visión y el ánimo. Es como si esos fugaces minutos se hubieran quedado suspendidos en el tiempo y en la memoria. Es como si, por fin, se hubiese alcanzado la inmortalidad.
Sí, porque no importa el dolor que emana de los ojos cuando se tiene que tomar la decisión definitiva y última de no volverse a ver. Eso es una inquietud mundana que no afecta al amor. El amor solo se deteriora y se destruye cuando se empieza a dejar de sentir al otro, cuando esos momentos comienzan a difuminarse en el recuerdo y el rostro de tu amor comienza a ser algo borroso, indeterminado y etéreo, inalcanzable. Y cuando ya no te acuerdas de que lo tuviste tan cerca que pudiste darte cuenta de las imperfecciones de su piel, del lunar travieso que está en algún rincón de sus facciones, de esa venilla roja que surcó su ojo a punto de cerrarse por un beso que nunca ha vuelto a ser igual, te das cuenta de la importancia de aquellos puentes, de aquel color verde de los maizales, de aquel viento que soplaba acariciando las palabras que ya ni parecen las mismas. La fotografía se quedó allí, en ese segundo de complicidad, en esa frase que unió aún más, en esa obligación ingrata de intentar seguir con una existencia que nunca fue la mejor aunque, quizá, fue la correcta. Las bromas inocentes y las experiencias contadas. Los momentos en común. La unión más allá de las palabras y la cercanía. Un lazo que no se puede romper. Una transmisión de pensamiento que perdura incluso en la muerte. Robert…Francesca… ¿por qué me hicisteis pensar tanto?
Compartir la muerte cuando se ha negado la vida no deja de ser una recompensa llena de satisfacciones porque, tal vez, no haya ningún otro acto tan íntimo. A veces, ella mira sus manos y ve las de él abrazándose entre sus dedos. A veces, él se mira al espejo e intuye la mirada de ella más allá de los kilómetros y las horas. A veces los dos se encuentran por las noches, cuando nadie les ve, cuando la intimidad es la invitada y, por arte de magia, se nota un leve roce en los labios, enviado con el pensamiento, sentido con la suavidad del recogimiento, tocado por la seguridad de que se está solo pero que nunca se está solo. Puentes, días, años, cielo, luz, amor…

jueves, 7 de julio de 2016

ESPERANDO AL REY (2016), de Tom Tykwer

Los callejones sin salida se presentan en demasiadas ocasiones sin avisar. De repente, la vida cambia e inicia un viraje hacia el surrealismo que, sin excesiva demora, se convierte en pesadilla. Tal vez en un lugar desolado, donde parece que Dios se olvidó de depositar su mirada, haya una caricia oportuna en el momento más inesperado, un encogimiento del corazón, un vértigo inexplicable, una ansiedad inaudita, un último desvío hacia la derecha.
Quizá sea el momento de iniciarlo todo de nuevo para conseguir algo tan sencillo como la felicidad de los demás. Basta con llegar tarde, con no ver nunca a la persona indicada, con esperar lo que parece imposible porque el tiempo se encarga de otorgar esa apariencia, con cerrar un negocio que se proyecta como ganga y está condenado al fracaso, con conocer a personajes a los que no se acaba de entender, con mantener la cabeza fría y todo lo que hay por debajo de la cintura entre los límites de la razón. Solo entonces el rostro dejará de estar contraído y la caricia del desierto inundará el ánimo dejando siempre caliente el deseo y las intenciones.
No hay demasiadas esperanzas en la soledad de un moderno hotel, testigo impasible de sueños cambiados y pequeños bultos en la espalda. Hay que salir y dejarse dominar por el hechizo de la luna diáfana en noches de revolución y por el espejismo del día que nunca acaba. La tecnología tiene que llegar a todos los rincones y las competencias crecen como serpientes aguardando su víctima. Es la hora de dejar todo lo que se lleva en la conciencia para hacer que la carga sea una aliada y no una rémora. Es la tarea difícil de un hombre de hoy que ya no tiene mañana.
Tom Twyker dirige esta comedia sobre las tribulaciones de un ejecutivo que tomó una decisión empresarial errónea y tiene que demostrar lo que vale en una misión que se antoja irrealizable. Y lo que encuentra es una razón para que el pasado sea una experiencia y el futuro, una promesa. Y con cierta desgana en el hilo narrativo, la película más o menos funciona mientras se mantiene en los terrenos de la comedia, desinflándose con pena en cuanto se convierte en una historia de amor. Más que nada porque Tom Hanks está al frente y consigue que sea creíble ese personaje perdido en el desierto de Arabia Saudí intentando demostrar algo que está fuera de su alcance y confrontando la mentalidad occidental con la arena implacable de una civilización anclada en la caza del lobo y en la humillación femenina. Puede que el agua sea un remanso de paz y de seguridad, de certeza de que, por fin, las piezas encajan y no hay más sitio para el desequilibrio y la frustración. La existencia es del color con el que se vive el amor.

Así que, si deciden verla, no olviden llamar a un coche con chófer, tomar una cerveza bien fría y darse cuenta de que, en la opulencia, convive también la miseria. Son elementos que ayudan en el camino de la sabiduría y de la tranquilidad porque, al fin y al cabo, ser feliz consiste en estar tranquilo, sin cambios, sin la ruina en la experiencia, sin el derribo en la iniciativa. Ser feliz es conseguir lo que se necesita y amarlo. Y muchos aún no nos hemos dado cuenta de ello.             César Bardés    

miércoles, 6 de julio de 2016

LA SIRENA DEL MISSISSIPI (1969), de François Truffaut

Amar es siempre una cuestión caprichosa. Es esa reacción química que se produce cuando ni siquiera la otra persona es la prevista. Todo es mucho más confuso en medio de cafetales y de plantaciones exóticas porque casarse por poderes con alguien al que no se conoce no deja de ser un riesgo de conveniencia. Y, sin embargo, ella es el cielo, es el infierno, es el deseo que se abandonó, es la aventura próxima, es el día luminoso que hace que todo tenga sentido y nada sea despreciable. Ella tiene en la piel los pliegues de la pasión y él tiene en la mirada el encaje de esos pliegues. Hay oscuridad y misterio en esa mujer que llega de ninguna parte para arrastrar a otro hacia la nada pero es tan atrayente, tan única, tan salvajemente virginal, tan abrumadoramente deseable…y ahí es donde se ciega la mirada y ya solo existe la piel. La sirena ha salido del agua y se ha puesto a cantar y el Ulises de los sentimientos no ha tenido la precaución de atarse al mástil más cercano.
Inevitablemente, cuando se llega la cima, solo resta bajar. Y todo es cuesta abajo. Al principio es una suave pendiente que llega a ser agradable porque el afán de estar juntos está más allá de cualquier otra consideración. Pero, poco a poco, la inclinación se hace vertiginosa, la obsesión se hace omnipotente, se tiene la conciencia de estar emprendiendo el camino del infierno y aún así…aún así… ¿qué importa? El dinero es lo de menos, la justicia es un pequeño estorbo de la que se puede huir sin emplearse a fondo, los molestos perseguidores son como pequeñas incomodidades a las que tiene que hacer frente cualquier pareja. Tu piel es el premio, es la meta, es la perdición y es el cielo. Por eso la vida ya es de color carne y no hay más olor que la esencia de tu sexo.

François Truffaut supo hacer de la obsesión, una aventura al modo en que también lo hacía su admirado Alfred Hitchcock en Vértigo solo que aquí la desconocida se convierte en la única y admirada, la auténtica y la copia, todo en el mismo paquete. Sin más dobleces que sus piernas dobladas y separadas esperando con el anzuelo preparado para no volver a desenganchar a su presa nunca jamás. Y Jean Paul Belmondo y Catherine Deneuve se pierden en los vericuetos de una pasión que no es pero que merece la pena vivirse, en los tortuosos caminos de una huida hacia delante que son continuos pasos atrás, en los rincones aviesos de un odio que está muy cerca del amor absoluto. Y es entonces cuando estos dos seres pierden irremediablemente su destino y trazan otro diferente, fatal y pernicioso, que acabará por exterminar todo su pasado para que solo haya un futuro que no va más allá del día siguiente. Es la pasión desmedida por aquello que no deja de hacerte daño. ¿Quién no ha experimentado eso alguna vez? ¿Quién no ha escuchado los cantos de sirena que invitan a precipitarse por los barrancos del amor como vicio, como excusa y como perdición? ¿Usted?

martes, 5 de julio de 2016

SOPA DE GANSO (1933), de Leo McCarey

“¡Hail, Hail, Freedonia! ¡Tierra de libertad y valientes!”
Sí, tierra de valientes. Sobre todo si hay que aguantar a un Presidente que está como una campana en día de misa. Y que dice cosas tales como que hay que creerle a él antes que a los propios ojos. Los espías conspiran por todas partes y no es fácil ponerles coto. Como para salir de prisa con una moto con sidecar, no digo más. ¿Quiere casarse conmigo? ¿Tiene usted mucho dinero? Conteste primero a la segunda pregunta. ¿No ve que estoy intentando decirle que la amo? Apasionadamente, descaradamente, triunfalmente y totalmente. Eso me recuerda que tendría que ir al psiquiatra a pasar la revisión de los treinta años. A lo que iba, que me pierdo como un carrito de limonada. El caso es que hay muchos espías y si no se vigilan de cerca, la conclusión solo puede ser la guerra. Terrible e implacable, única, cantarina y cínica. Vaya, vaya usted a combatir que mientras los demás nos quedaremos pensando en lo idiota que es usted. Y así es cómo se hace una sopa de gansos. Es el peor sabor del mundo en un mundo sin autoridad. Anarquía, anarquía, es la guerra, ¡más madera!...Pero ¿qué estoy diciendo?
Lo que dices no tiene ningún sentido, es lo que siempre me dice mi abogado. Pero aún lo tiene menos cuando el embajador de un país amigo es tan relamido que deja la lengua de una vaca como un papel de lija, la chica de alterne más fina que uno se puede imaginar no puede hacer nada por ti. Así que no quedan muchas más salidas que mirarse al espejo para ver si todo tiene algún sentido…y no…no…la verdad es que no lo tiene. Porque el reflejo que devuelve el invento soy yo…pero no soy yo. Y más aún cuando intercambiamos los planos y yo estoy en el espejo y el espejo está en yo. Una limonada, por favor, que hace tanto calor que parece que va a arder el sombrero. Uno porque está como un cencerro sin badajo, el otro porque es tan liante que va a perder el ovillo y el tercero, que no habla, porque tiene el bolsillo lleno de sorpresas y es un sátiro que ríase usted de Petronio. Oiga, sin insultar, Petronio lo será usted. Recuérdemelo más tarde y le enviaré un telegrama dándole las gracias. Y deje el teléfono… ¿no ve que usted no puede hablar y se aprieta las bocinas…? Bueno, déjelo.
Sopa de ganso no fue un éxito cuando se estrenó porque, hasta entonces, el cine había vivido dentro de un orden y quizá el público no estaba preparado para sumirse en el caos mientras se carcajeaba. Sin embargo, nadie puede negar que es la quintaesencia de los Hermanos Marx, con esa anarquía irreverente contra todo lo que se movía, con su crítica ácida y loca contra el naciente fascismo europeo y con un torrente de palabras que se convertía en una agudeza brillante y desatada. No está mal para cuatro hermanos que empezaron en el vodevil y acabaron haciendo un humor que ha sido muchas veces imitado pero nunca igualado. Y si quieren imitaciones vayan y mírense a un espejo.


viernes, 1 de julio de 2016

PRIMERA VICTORIA (1965), de Otto Preminger

No solo se ganan batallas en medio del mar, donde el agua salpica por las bombas y la astucia se dirime en nudos y cuadrantes. También hay que ganar contiendas en el interior de cada uno. Quizá porque alguien huyó de sus responsabilidades en el momento menos oportuno y perdió la oportunidad de criar a un hijo. O, tal vez, porque una mujer fue tan dañina que creó un monstruo en el interior de un hombre. Un monstruo devorador que repite una y otra vez que es alguien que no merece ser amado en medio de un mundo en guerra. O puede que sea porque alguien sufre en casa con tanta intensidad que cree morir cada vez que su marido se echa a la mar para combatir. O quizás porque la prudencia es un arma que solo pertenece a los perdedores. ¿Quién sabe? La primera victoria está ahí mismo y hay que ser perseverante, constante, irreductible, duro. No es solo la primera victoria en un terrible intercambio de proyectiles entre barcos por la supremacía de una zona del Pacífico. También es la primera victoria dentro de unas vidas que han sido voladas en pedazos desde hace mucho, mucho tiempo.

El Almirante Torrey, interpretado por John Wayne, sabe muy bien lo que es la soledad. Sabe también lo que es perder la vida de sus hombres en alta mar y que el fracaso con amenazas de ser aún más estrepitoso llame con fuerza a la puerta. El Capitán Eddington, un fantástico Kirk Douglas, tiene que luchar con tormentas interiores de tal magnitud que solo quedará un último acto heroico para dejar bien claro que no siempre los héroes son buenas personas. La Teniente Haynes, enfermera, maravillosa Patricia Neal, sabe que no quedan demasiadas oportunidades para encontrar algo de sentido a tanto sufrimiento aunque sus ojos ya han visto de todo y están de vuelta del horror. El Teniente MacDonnell, eficiente Tom Tryon, cumple con su deber con iniciativa y tiene que luchar con la enorme pena de dejar a su mujer en retaguardia sabiendo que el amor preside sus vidas al igual que las bombas pasan demasiado cerca. El Almirante Broderick, prudente Dana Andrews, quiere ser un oportunista a la sombra de las victorias y un aprovechado para las derrotas puesto que no hay mejor lugar a la hora de perder que un segundo plano. El Comandante Egan Powell, genial Burgess Meredith, sabe ser amigo de sus amigos, espía entre compañeros y además un valiente que siente un miedo cerval. Tal vez porque ha estado casado con demasiadas estrellas de cine y ya no le queda demasiado por delante salvo, quizá, un par de medallas en un puente de mando. El Comandante Neal Owynn, odioso Patrick O´Neal, no se moja más que en su propio beneficio. Un destino cómodo y una sombra poderosa. Eso es todo lo que necesita. Un tipo que necesita que le crucen la cara con cierta hombría. Al fondo, Franchot Tone y Henry Fonda, diseñando los destinos de toda la Armada contra el gigante nipón. Y dirigiéndolo todo Otto Preminger, dando un par de lecciones sobre las complicaciones de la guerra con el fondo de las personas, haciendo que la primera y única victoria, quizá sea la definitiva sobre el destino de cada uno de los protagonistas. Aunque no todos ganen.