miércoles, 6 de julio de 2016

LA SIRENA DEL MISSISSIPI (1969), de François Truffaut

Amar es siempre una cuestión caprichosa. Es esa reacción química que se produce cuando ni siquiera la otra persona es la prevista. Todo es mucho más confuso en medio de cafetales y de plantaciones exóticas porque casarse por poderes con alguien al que no se conoce no deja de ser un riesgo de conveniencia. Y, sin embargo, ella es el cielo, es el infierno, es el deseo que se abandonó, es la aventura próxima, es el día luminoso que hace que todo tenga sentido y nada sea despreciable. Ella tiene en la piel los pliegues de la pasión y él tiene en la mirada el encaje de esos pliegues. Hay oscuridad y misterio en esa mujer que llega de ninguna parte para arrastrar a otro hacia la nada pero es tan atrayente, tan única, tan salvajemente virginal, tan abrumadoramente deseable…y ahí es donde se ciega la mirada y ya solo existe la piel. La sirena ha salido del agua y se ha puesto a cantar y el Ulises de los sentimientos no ha tenido la precaución de atarse al mástil más cercano.
Inevitablemente, cuando se llega la cima, solo resta bajar. Y todo es cuesta abajo. Al principio es una suave pendiente que llega a ser agradable porque el afán de estar juntos está más allá de cualquier otra consideración. Pero, poco a poco, la inclinación se hace vertiginosa, la obsesión se hace omnipotente, se tiene la conciencia de estar emprendiendo el camino del infierno y aún así…aún así… ¿qué importa? El dinero es lo de menos, la justicia es un pequeño estorbo de la que se puede huir sin emplearse a fondo, los molestos perseguidores son como pequeñas incomodidades a las que tiene que hacer frente cualquier pareja. Tu piel es el premio, es la meta, es la perdición y es el cielo. Por eso la vida ya es de color carne y no hay más olor que la esencia de tu sexo.

François Truffaut supo hacer de la obsesión, una aventura al modo en que también lo hacía su admirado Alfred Hitchcock en Vértigo solo que aquí la desconocida se convierte en la única y admirada, la auténtica y la copia, todo en el mismo paquete. Sin más dobleces que sus piernas dobladas y separadas esperando con el anzuelo preparado para no volver a desenganchar a su presa nunca jamás. Y Jean Paul Belmondo y Catherine Deneuve se pierden en los vericuetos de una pasión que no es pero que merece la pena vivirse, en los tortuosos caminos de una huida hacia delante que son continuos pasos atrás, en los rincones aviesos de un odio que está muy cerca del amor absoluto. Y es entonces cuando estos dos seres pierden irremediablemente su destino y trazan otro diferente, fatal y pernicioso, que acabará por exterminar todo su pasado para que solo haya un futuro que no va más allá del día siguiente. Es la pasión desmedida por aquello que no deja de hacerte daño. ¿Quién no ha experimentado eso alguna vez? ¿Quién no ha escuchado los cantos de sirena que invitan a precipitarse por los barrancos del amor como vicio, como excusa y como perdición? ¿Usted?

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