martes, 18 de octubre de 2016

SOSPECHA (1941), de Alfred Hitchcock

Si queréis escuchar lo que se habló en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "Muerte de un ciclista", de Juan Antonio Bardem, podéis hacerlo aquí.

Nunca se acaba de conocer a las personas. Tal vez, bajo la fachada de un tipo guapo, con mucho encanto, capaz de conquistar a las moscas y dejar embelesadas a las estatuas, se halla un caradura profesional, que solo sabe vivir al día, al que la moral le trae bastante al fresco y que trata de solventar sus aprietos a base de seducción. Es difícil convivir con gente así. Cuando se está lleno de amor, se recibe una bofetada que hace pensar que eres solo conveniencia. Cuando la distancia es el remedio, el chico se pone tierno, detallista, ideal, convincente. Así que las actitudes se dispersan, se vuelven locas, se comienza a sospechar que ese hombre irremediablemente guapo con el que se vive es un monstruo que acabará por deshacer la pasión tirándola por un precipicio o envenenando un vaso de leche. Lo que sea con tal de cobrar un dinero y dejar intacto el orgullo.
Y es que, en el fondo, todo depende del prisma bajo el que se vea todo. Quizá una caricia final no sea más que un inquietante compás de espera que se puede romper en cualquier momento. Puede que el viaje de un amigo sea la coartada perfecta para un asesinato. Las habladurías suelen ser muy malas y las novelas de misterio aún peor. Demasiada información sobre el hombre al que se quiere. Algunas lo encuentran hechizante. Otras, por el contrario, ya han probado que, detrás de esa sonrisa embaucadora, hay una fiera escondida que, hasta ahora, solo ha enseñado una porción de sus garras. Maldita soltería recalcitrante. Malditos padres que creen que todo está perdido en la vida de su hija salvo una buena pensión. Una serie de factores empujan a la víctima hacia los brazos de un posible asesino. Y el mayor de ellos es la soledad.

Cary Grant pone en marcha un maravilloso repertorio que va desde lo cómico hasta lo siniestro para conseguir que el público tenga siempre la sombra de una duda pendiendo sobre el pensamiento. Joan Fontaine tenía el aspecto de mujer valiente pero frágil, vulnerable, una de esas que se cree lo que desea porque lo que desea es lo único que realmente posee. Los chismes y los dimes y diretes han hecho demasiada mella en su personalidad algo arisca con los hombres y ya va siendo hora que se decida, aunque se decida mal. En el fondo, se casa con un hombre que tiene espíritu de niño, que la quiere aunque también quiere al dinero, que haría cualquier cosa con tal de no dar golpe. Y eso hace que, al final, también se piense en que va a dar un golpe. Definitivo. Rastrero. A traición. El golpe de un tipo que no dejará de sonreír mientras asesina, que no dejará de desplegar su encanto mientras observará atentamente la agonía de sus víctimas. O, tal vez no. ¿Quién sabe? Son esas cosas molestas que tienen las sospechas. A veces son ciertas, a veces no. Y aún otras puede que sean ambas cosas.

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