jueves, 15 de diciembre de 2016

HASTA EL ÚLTIMO HOMBRE (2016), de Mel Gibson

Puede que en medio de la mayor crueldad, donde los hombres muestran lo peor de sí mismos, donde el caos se hace un lugar inamovible en el destino de muchos, haya alguien que decida regalar vida y espantar a la muerte. Alguien que vive y respira de acuerdo a sus creencias porque le han dado una razón para que todo tenga algún sentido incluso en mitad de las vísceras derramadas, la sangre desperdiciada y el esfuerzo inútil. Es como si una pluma, bella e intocable, se colocara en lo alto de una rama desnuda, sin cobijo pero con un mensaje andante de coherencia y moral. El absurdo de la ética justo enfrente de la destrucción.
En lo alto de un risco, ese hombre luchará por todo lo demás sin disparar ni una sola bala y dará una lección de valentía sin entender de razas ni bandos. El fuego y la fealdad tratarán de hacerse sitio para aniquilar cualquier vestigio de humanidad y lo que es más sorprendente es que rogará para salvar una vida más cuando la tierra esté regada de desgracia y vileza. Nadie creerá en él. Nadie le regalará una mirada de comprensión hasta que la evidencia tenga tal fuerza que se llegue a pensar que el cielo protege sus actos y que la recompensa será una mirada de regreso, una plegaria atendida, un dolor aplacado o un consuelo de heroísmo. Es la historia del hombre más valiente que nunca mató a nadie, ni siquiera, en la guerra.
La tierra arde en llamas y la muerte llega de improviso con una bala traicionera o una explosión sin aviso. Y, sin embargo, una sombra deambula de un lado a otro, tratando de evitar una nueva pérdida, quedándose en la retirada y quemándose las manos con un nudo de soga imposible. El amor, sin duda, espolea las actitudes y más para quien sabe lo que es la violencia y el rencor que se acumula cuando la culpabilidad acecha. Solo hay que fruncir el ceño, agacharse, hacer lo correcto y puede que el final esté ahí pero, al menos, la honestidad sobrevivirá como ejemplo si alguien se empeña en cortar la vida de raíz. Tanto es así que proporcionará nuevas fuerzas, nuevos ímpetus, nuevas rabias para que la victoria sea algo más que haber matado más enemigos.
Mel Gibson ha dirigido esta película con brío y sustancia y, aunque en algún momento, peca de un exceso de formalismo, ha sabido dar con un irreprochable sentido en las escenas bélicas que tensa los músculos y sufre con ese Andrew Garfield que se muestra débil y fuerte, vulnerable e inexpugnable, terco y avanzado hasta levantar la admiración y el estremecimiento. Gibson prescinde de una gran parte de los efectos digitales para ofrecer pedazos de realidad y no ahorrar visiones sobrecogedoras de profunda intensidad, llenas de violencia y de rechazo para contrastar con una actitud épica y profunda. El resultado es una buena película que destaca la fuerza de voluntad agarrada a la fe y con el sentimiento de solidaridad recorriendo los sentidos de quien se atreve a acercarse y luchar.

Acompañando muchas de sus imágenes, hay que destacar la excelente banda sonora de Rupert Gregson-Williams, envolvente y heroica, mirada musical que complementa los esfuerzos de ese soldado que, más allá del sufrimiento, quiso combatir con la vida en los campos desolados de la muerte. Quizá para demostrar lo mejor que tiene el hombre que no es otra cosa que su propia humanidad, tan olvidada y tan reprimida que nos cuesta reconocerla en los tiempos que corren.      

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

A mí lo que de verdad me emociona de esta película son sus minutos finales cuando aparece el verdadero Desmond Doss confesando casi entre lágrimas que lo que hemos visto sucedió de verdad. Las hazañas llevadas a cabo por este hombre en Okinawa resultan muy difíciles de creer, casi inverosímiles, y por tanto también es complicado trasladarlas a un guión cinematográfico que siempre se suele tomar más de una licencia. Por eso el testimonio en primera persona del personaje real me resulta tan revelador.

Creo que Mel está en su salsa rodando la guerra por dentro, con esa sobreexposición de gore y casquería tan marca de la casa. Una vez más está justificada, aunque no deja de transmitir por otra parte un mensaje ambiguo que contrasta con el carácter y el legado pacifista del protagonista. Pero el resultado es irregular porque antes de meternos en el campo de batalla, Gibson nos ha hecho ver otra película. En su primer tercio, el director apunta al melodrama y no le sale, apunta a Eastwood y se queda en "Pearl Harbour". En este sentido es mucho más rotundo Spielberg que en "Salvar al soldado Ryan" recorre además el camino inverso. Tampoco la parte del campamento es convincente con el personaje de Vince Vaughn, una suerte de versión chusca del sargento de "La chaqueta metálica".

Tampoco me parece que Andrew Garfield sea la mejor elección posible en el casting. Viéndola, pensaba que el personaje le hubiese caído niquelao a un Gordon Levitt pongo por caso (o incluso al propio Jake). Hay dos películas en una y ninguna de ellas me satisface al cien por cien, si bien creo que Gibson sabe rodar una guerra con brío y energía.

Y por último una duda razonable, sabes si Zemeckis se inspiró en este hombre para la escena del Vietnam en "Forrest Gump"?

Abrazos sin morfina (que ya he encontrado el equilibrio y la estabilidad y estoy más animado)

César Bardés dijo...

A mí no me molestan las escenas "gore" en una película bélica siempre que sean coherentes y estén bien hechas (también las hay en "Salvar al soldado Ryan" y aquí están infinitamente mejor que en esa mierda pinchada en un palo que es "Corazones de acero"). Creo que la guerra, en sí misma, es "gore" y nunca he huido del realismo y Gibson las dirige, como bien dices, con brío y vigor.
Dos cosas a comentar. Creo que la película está bastante bien en general. Es verdad que el nivel baja mientras está al principio, contándonos el "background" de Doss pero no creo que sea despreciable. A mí, fíjate, me recordó más todo el tema a "El baile de los malditos" con el judío Montgomery Clift enfrentándose a todo y a todos con tal de no dar su brazo a torcer y demostrar que puede como el que más. El azúcar no me molesta y, es más, lo creo necesario para mostrar todo el rechazo que genera Doss y, desde luego, meter más fuerza en su increíble heroicidad. Que además tiene un valor doble y es el de la heroicidad coherente.
Andrew Garfield tampoco me parece mala elección aunque se nota mucho que se le ha cogido porque tiene un físico parecido al auténtico Doss, espigado y debilucho aunque Gibson comete el error de dejarnos ver a Garfield sin camiseta y ahí ves que de debilucho no tiene nada. Creo que sí me da el pego de un tipo vulnerable que solo quiere insuflar coherencia en su servicio, que sufre muchísimo y que, aún así, sigue adelante. Más fácil hubiera sido, por ejemplo, contraponer su actitud con la de su hermano pero Gibson, sabiamente, huye de eso.
En lo que sí te doy la razón es en lo de Vince Vaughn aunque no me parezca para nada la versión chusca del Sargento Hartmann de "La chaqueta metálica". Te voy a decir cuál es el problema. El mismo Vince Vaughn, que parece que hace el papel con nula convicción. Y lo mismo pasa con un actor blandito y escasamente dramático como Sam Worthington. Gibson, supongo, cree que los secundarios dan igual y no es así, son los que otorgan textura a la película y son cimientos sobre los que se asienta toda la historia principal y sus secundarios, aquí, dejan bastante que desear. Incluso Hugo Weaving me parece justito, justito, muy esforzado para dar a entender el tormento interior que sufre y tal pero para nada convincente.
No tengo noticia de que "Forrest Gump" se inspirara en este personaje aunque, sabiendo cómo son los americanos, no es de descartar.
Abrazos con la Biblia.