miércoles, 7 de diciembre de 2016

MELODÍAS DE BROADWAY 1955 (1955), de Vincente Minnelli

Hacer un espectáculo es fácil cuando se quiere llamar la atención. Basta con convertir un musical amable, entretenido, con bailarines competentes aunque quizá ya un poco en el declive en un Fausto moderno. Así no solo se va a llamar la atención sino que lo que va a llamar la atención de verdad es el fracaso que se va a estampar en la cara de todos los que pertenecen a la compañía. Eso no es entretenimiento, es solo intentar poner una pátina de falsa cultura a algo que, ya de por sí, la tiene. Y si no que se lo pregunten a esos zapatos brillantes que ponen una melodía en el corazón, o a ese andén de tren que sirve de alfombra para ir desgranando las bondades por uno mismo. Hay que reformarlo todo para que el musical cale en las sonrisas, que la gente salga diciendo que se lo ha pasado realmente bien, que se ha visto algo que no se ha visto nunca antes. Basta con poner a Cyd Charisse al lado de Fred Astaire y hacer que, por detrás, anden tripletes de la categoría de Oscar Levant, Jack Buchanan o Nanette Fabray. Y, por supuesto, introducir alguno de esos números de bastón y chistera para que algunos cambios sean hechos. Claro que lo más fuerte, lo más increíble, lo que te deja realmente con la boca abierta está al final. Es una película dentro de una película. Es un homenaje al verdadero cine negro. Es la certeza de que una ráfaga de ametralladora también es una melodía de luz, color y baile.

Y es que no es fácil ser un detective bailarín en una ciudad llena de humo, de oscuridades y de tentaciones. Una rubia que simboliza la inocencia y una morena que está vestida con el pecado. Los cuerpos se desplazan, los ambientes se suceden, los conjuntos se retuercen y entonces ahí sí que tenemos a un verdadero Fausto moderno, con homenajes a Laura, de Preminger o a El abrazo de la muerte, de Siodmak. Es ella haciéndonos ver que la belleza se desplaza con gracia y ternura y arte por el espacio en un inevitable paso a dos con el aire. Es él demostrando que la elegancia también se esconde debajo de los sombreros de ala ancha y de las conclusiones de un tipo que guarda la pistola justo al lado del corazón. Y es entonces, en medio de un club nocturno, cuando los pies comienzan a bailar al son de un musical que no puede pasar desapercibido porque sus canciones son parte de nuestra oscuridad y de nuestro deseo, porque sus bailes son haces de luz que nos llevan en volandas hacia el júbilo inmortal, porque sus sonrisas se convierten en el decorado de nuestro instante y tenemos la certeza de que nosotros también formamos parte del espectáculo, que bailamos tan inigualablemente como ellos y que hay algo, casi imperceptible, que nos dice que aquello no está ensayado, que simplemente se juntan y bailan y cantan para hacer que la eternidad esté ahí, delante de nosotros, explicándonos cómo se hace un buen musical que llama mucho más la atención por otras razones.

No hay comentarios: