miércoles, 25 de enero de 2017

BELTENEBROS (1991), de Pilar Miró

“Vine a Madrid para matar a un hombre al que no había visto nunca”.
Y con esta frase Darman vuelve a Madrid para rememorar la sangre inocente que nunca debió derramar. Porque con esa sangre causó más heridas que soluciones y todo se quedó ahí, enquistado en su recuerdo, diciéndole a cada momento que no actuó de forma justa y que destrozó el corazón de una mujer y la esperanza de un sueño. Siempre que le llaman, Darman acude. Y es un especialista en ahorrar problemas al Comité Central. Ahora tiene que volver a Madrid y los fantasmas del cine salen de las bambalinas para atraparle en un nuevo desafío que no es más que la ratonera de los vencidos. A pesar de todo, Darman ha ido acumulando una derrota tras otra. Y aún no ha pagado las deudas que dejó en Madrid casi veinte años atrás.
Hay una chica que es más desinhibida que aquella otra Rebeca del pasado, que se refugió en novelas rosa con un halo de misterio y que fascinaban a todo aquel que se acercase por los techos del Cine Universal de Madrid. Un cine de segunda clase en un barrio de tercera que ya tenía dibujadas, en su momento, las huellas del tiempo y del fracaso. El lugar ideal donde abandonar los ideales y tratar de sobrevivir. Madrid huele a cansada y el gris se apodera de cada paso en los adoquines irregulares de un suelo demasiado sufrido. Darman siente los caminos como punzadas en el corazón porque ya los recorrió antes, y lo hizo para que algo injusto perviviera. Y ahora viene a matar al mismo traidor, al mismo degenerado que ya traicionaba sin pudor en los años cuarenta. Darman vino a Madrid para matar a un hombre al que no había visto nunca.
Los sentimientos se agolpan mientras Darman, por última vez, trata de salvar a la única persona inocente. No la abandonará esta vez, no dejará que se pudra en las cloacas de la locura como única salida. Darman tendrá que adentrarse en el túnel con esa persona porque es la manera de acallar una conciencia que no ha dejado de dispararle durante muchos años. Detrás de una máscara de impasibilidad, desde luego. Detrás de unos ojos que jamás dijeron nada, pero el cielo cenicienta de Madrid estaba ahí, acosando sus sensaciones y machacando sus honestidades. Todo se volverá difuso mientras Darman lo intenta, pero el objetivo de la decencia tiene que quedar a resguardo. Ya no habrá más viajes, ni más visitas de clubs nocturnos, ni más cines donde depositar la decepción. La definitiva madurez está llamando a las puertas y un último acto de honradez y perseverancia ayudará a pasar los años que quedan, allí, en algún lugar de tranquilidad asegurada y conciencia adormecida por la lluvia. Allí donde las tinieblas aún son bellas.

Pilar Miró dirigió esta película con un enorme pulso y una sabiduría envidiable basándose en la novela del mismo título de Antonio Muñoz Molina. Junto a ella brillaron Terence Stamp, Patsy Kensit (en su mejor papel en el cine) y José Luis Gómez. Junto a ella también estuvimos nosotros, el público, asistiendo a la aniquilación de los ideales pues siempre habrá un traidor que nos recuerde nuestros errores. 

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