viernes, 27 de enero de 2017

LOVING (2016), de Jeff Nichols

La felicidad siempre se halla en las pequeñas cosas. En la seguridad de que el hombre o la mujer de tu vida están ahí, para lo que quieras, dispuestos a cuidar del otro. En la felicidad de las risas de unos niños que corren por el prado en libertad. En un trabajo que prueba que eres realmente bueno en eso. En la certeza de que puedes ir de un lado a otro sin que nadie te diga que está prohibido que entres por una u otra razón. Solo que, de vez en cuando, la cerrazón de unas leyes injustas aplicadas al pie de la letra impide que la felicidad se quede por mucho tiempo.
No puede haber segregación en el amor. Solo puede haber amor. No importa que él no parezca demasiado inteligente aunque, sin duda, es un hombre hecho y derecho. No importa que ella ponga el empuje y las ganas de cambiar las cosas porque los blancos se empeñan en decir cosas que no tienen ningún sentido. El amor está por encima de las razas, de las religiones, de las creencias, de la política, de los estilos de vida y de las dificultades. No puede ser regido por sentencias que aumentan el riesgo de una convivencia que debería ser absolutamente normal. Y eso debe de estar mucho más allá de los rancios prejuicios que componen la intolerancia, o de los deseos de notoriedad para mover el árbol y que otros recojan los frutos. No hay derecho a que una pareja no pueda vivir una vida normal y pacífica simplemente porque uno sea blanco y otra sea negra. Eso es solo un accidente de la naturaleza. Y debe ser reparado.
A finales de los años cincuenta algunos de los estados que componen los Estados Unidos contenían en su legislación la prohibición del matrimonio interracial bajo pena de cárcel. Un atraso que, aunque los propios estadounidenses no lo reconozcan, les igualaba con el nazismo. Solo cuando unos cuantos valientes decidieron levantarse y decir no, es cuando las cosas empezaron a cambiar. Y nunca lo hicieron con afán de revanchismo o de venganza. La justicia les movía por encima de cualquier otra consideración. Algo de lo que los blancos no pueden presumir. Y no debió ser nada fácil vivir con el temor permanente a que un coche apareciera por sus casas dispuesto a encarcelarlos, humillarlos, ofenderlos y echarlos. Fueron leyes en contra del amor.

El matrimonio Loving demostró que ese mismo amor podía vencer cualquier obstáculo y Jeff Nichols, el director de esta película, cuenta su historia sin estridencias, sin momentos épicos de emoción incontenible, sin engrandecer innecesariamente los avatares de esta pareja contra el sistema legal del Estado de Virginia. Todo está narrado de forma sencilla, a distancia, tratando de no hacer que sus protagonistas parezcan héroes, aunque lo sean. Por ello, hay que destacar el trabajo de Joel Edgerton y, sobre todo, de Ruth Negga, un escalón por encima de su compañero en el papel de esa mujer que lo dice todo con miradas. Y, sobre todo, es admirable comprobar que las decisiones de ese matrimonio eran siempre consensuadas y que, además, ese consenso era casi instantáneo. No hacían falta furias, ni desencuentros. Solo sinceridad y mucho amor. Y el convencimiento de que estaban hechos el uno para el otro y que nadie podía dictaminar con una sentencia lo contrario. Fueron amor y fueron lucha. Y eso tuvo un enorme mérito.

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