martes, 28 de febrero de 2017

FURTIVOS (1975), de José Luis Borau

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "El club de la lucha", de David Fincher, está aquí.

En medio de ninguna parte, donde los árboles se yerguen desnudos, desafiantes hacia un cielo al que quieren herir en su gris inmensidad, Ángel caza furtivamente y trae ahora una nueva presa. Así, de alguna manera, puede desafiar a la autoridad asfixiante de su madre, que solo entiende de caldereta y de manipulación, del sucio incesto y del dominio angustioso. Es allí, en medio de los montes de Cabuérniga, entre el frío y la nada, un lugar en el que España se ahoga en la miseria y en la incultura, un lugar donde no habrá sitio para la libertad.
Ángel lo sabe, hace mucho que ya lo supo y por eso trae a Milagros con él. Es joven pero tiene mañas de sabérselas todas y no se arredra ante nada. Desde el principio, la madre de Ángel y Milagros se desafían con la mirada, como un cazador que observa a su presa antes de disparar. Ella, tal vez, representa la liberación, un poco alocada, irresponsable, perdida, nueva. Y Ángel, como el futuro, quiere probar algo más allá de la clandestinidad de la caza, de ser el guía de ricos y poderosos para que hagan su festival sangriento en pleno monte y se marchen con el estómago lleno y la corrupción intacta.
El agua está fría y la pasión hierve. Por amor se llegan a hacer muchas cosas, incluso cerrar la salida del deseo tonto de Milagros por irse con un delincuente que luce cazadora de motorista y fanfarroneo de tercera. Más vale no meterse con las vidas demasiado herméticas y aisladas que se han movido siempre entre lo silvestre y la soledad. Puede que, al final, un tiro a bocajarro sea la mejor solución para acabar con el odio, con el desprecio, con la condena eterna de someter a alguien bajo un yugo injusto de manipulación moral y ética. Un disparo y se acabó. Solo los árboles lo escucharán. El resto será esperar el último momento de valentía en la sombra, con el frío asediando, la casa en orden y la fotografía de quien nunca fue algo más que un sueño inalcanzable.
José Luis Borau dirigió sin concesiones, haciendo que el mismo terreno gritase su dureza contra unas vidas erradas, inútiles y vacías que se asemejan a un cuento de un pueblo sometido a los vicios de poder de un dictador de violencia interior que también acabó con personas como si fueran perros. También interpretó al Gobernador Civil de la provincia, hermano de leche de Ángel, que va a relajarse de su detestable e ignominiosa burocracia a la taberna del monte para pegar cuatro tiros a unos cuantos venados. El Gobernador cierra los ojos ante todo lo que no quiere ver y pasa de largo cuando la salpicadura le amenaza. Es solo egoísmo. Es el desprecio absoluto hacia otras vidas que no sean la suya propia.

Ovidi Montllor compone el personaje de Ángel con la inocencia propia del hombre que jamás salió de sus territorios conocidos y que guarda unos cartuchos para hacer una justicia impía. Alicia Sánchez encarna a la ligera Milagros, que comercia con su cuerpo por un día más de supervivencia. Y, sobre todos ellos, Lola Gaos es la madre retorcida, de arrugas de venganza y rabia rural, que hace el mejor trabajo de su carrera haciéndose antipática y afanosa, suave e insidiosa, mala persona que defiende sus dominios con todas las armas a su alcance, aunque ello signifique un buen plato de berzas con sangre.

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