viernes, 24 de marzo de 2017

NIÑERA MODERNA (1948), de Walter Lang

Lo sé, lo sé. Sé que hay muchos críticos que se creen el ombligo del mundo y creen que pueden mimar y cuidar al cine con sus mimitos, sus caricias y sus comentarios desaprensivos. Evidentemente, no tienen ni idea. Si ustedes quieren leer a un crítico de cine como es debido, léanme a mí. Mi experiencia y mi sabiduría me avalan antes que a otro cualquiera. Es posible que, en algún momento, les irrite tanta erudición pero tengan en cuenta que para eso pagan. No se les ocurra pegarme, fui casi atleta de élite en mis años mozos. Incluso tengo una condecoración militar de pomposo nombre para recompensar una heroicidad que ningún otro colega del país posee. Mi mente es preclara y estoy en posesión de la razón. No les digo más. Si quieren contratar mis servicios, soy barato, escribo razonablemente bien, sé deletrear palabras como travelling (con dos eles y no con una como hacen tantos y tantos otros) y además tengo un diploma que me acredita como experto en no sé qué ciencia social. He probado otros usos y costumbres, que para eso viví durante una temporada larga en un país al otro lado del Atlántico, he publicado cuatro libros y ahora estoy escribiendo un quinto, he dejado rastro de mis letras en la parte sur de este bendito lugar alejado de la mano del razonamiento. Ah, se me olvidaba, cocino un salmón al horno que es para chuparse los dedos de los pies. Y todo esto sea dicho sin un ápice de intención humillante ni nada que se le parezca. Solo estoy evidenciando cuáles son las virtudes del nuevo crítico.
De hecho, estoy trazando un paralelismo algo arrogante con el señor Lynn Belvedere. Sí, tiene nombre de mujer pero es todo un hombre. Tiene varias carreras, tiene métodos infalibles para criar niños ajenos, es absolutamente perfecto en todo lo que hace, fue campeón de boxeo y es difícil acertarle un puñetazo en plena cara. Es un hombre que lo sabe hacer todo y evidencia cuáles son las virtudes de las nuevas niñeras. Razonamiento, presunción, eficiencia, adustez, seriedad. Ni un signo de cesión cuando se trata de imponer disciplina. Tiene el rostro, mucho más agraciado y expresivo que el mío, de Clifton Webb y hay que reconocer que es capaz de exasperar a cualquiera, incluso al más amante padre y esposo. Como yo.

Y así se hizo añicos el mito de que los hombres no éramos capaces de destilar ternura hacia los niños. Bueno, no. Bueno, sí. Quiero decir…que no es una cuestión de ternura, es una cuestión de convicción, de saberse el mejor y ya está. Yo estoy seguro de que estaré nominado al Premio Nacional de la Crítica en breve y que seré encumbrado en los periódicos más sensacionalistas y despreciables pero eso no es estrictamente necesario. Solo quiero que se sepa que, si procede, me cogeré del brazo de Lynn Belvedere e iremos juntos hacia la perfección. Lo demás carece de importancia. La mejor línea, la mejor frase, el mejor cambio de pañales, el mejor razonamiento, la más auténtica de las voces críticas y puericultoras… Es solo talento. Nada más.

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