viernes, 17 de marzo de 2017

VIVIR UN GRAN AMOR (1955), de Edward Dmytrik

Todo ocurre casi sin querer. Un encuentro casual, una complicidad sobrevenida, una atracción mutua, una introducción alevosa en el corazón…y el amor está ahí, latente, deseando expresarse por encima de la rutina y del aburrimiento. Londres parece que empieza a tomar color bajo el gris del humo de las bombas. Cuando los sentimientos se desbocan, nada puede contener su expresión, su deseo de salir a la luz con un beso, con una caricia, con una mirada apasionada. Es como intentar que la respiración no traiga oxígeno. Es como tratar de quedarse quieto para siempre en un sitio. Es imposible. Es fuerte. Es la vida resurgiendo en corazones que parecían condenados al ostracismo. Y eso hay que disfrutarlo, aunque signifique engaño, aunque sea traición. De lo contrario será un pecado aún mayor.
Y en medio de la noche silenciosa, cuando parece que las pieles se llaman y las bocas se abren buscando el alma del otro, cae una bomba y todo vuela por los aires. Por un momento, se piensa en la terrible casualidad pero, a continuación, llega la desesperación, el ansia por mirar en el agujero que ha dejado la onda expansiva y creer que todo ha sido un error y que algún tipo de justicia se ha presentado sin avisar. Una oración se musita, con todo el dolor, con todo el deseo, con toda la verdad por delante. Si la voluntad de amar es un acto prohibido, todo volverá a su sitio con tal de que la vida no se haya llevado la mitad de ese gran amor. Y a partir de ahí, ese gran amor que hasta ese instante se ha vivido, se convertirá en un incomprensible abandono, en un volver la espalda al ofrecimiento que sigue ahí, vigente y con toda su belleza. Mejor no lastimar a las personas que no tienen ninguna culpa y que esperan pacientemente en casa, al calor de un hogar que siempre crepita. El periódico, el té, la maravillosa sensación de ver su rostro después de un día de trabajo agotador en el ministerio…El gran amor se ha vivido, ahora es tiempo de experimentar el destino que ya estaba escrito de antemano y de cumplir esa promesa invisible, esa plegaria infinita que es el mayor acto de amor que una mujer ha elevado a la eternidad. El silencio se impone. La derrota es sublime. Adiós, adiós.

Basada en una novela de Graham Greene, el propio autor estuvo permanentemente en contra de la elección de Van Johnson como el galán pero expresó su apoyo a la elección de Deborah Kerr en el principal papel femenino. Años después, hubo otra versión de la misma historia titulada El fin del romance, con Ralph Fiennes y Julianne Moore en la cabecera de cartel, mucho más enfática y más conjuntada con nuestros tiempos. Vivir un gran amor está impregnada de una normalidad que resulta mucho más confusa precisamente porque el acto de renuncia está encuadrado dentro de esa inercia de supervivencia que Greene quiso dar a una historia llena de referencias religiosas y de milagros y sacrificios. En el fondo, él escribió una historia sobre una mujer que renuncia y no sobre un hombre que es abandonado pero que, en un intervalo de tiempo que les durará para siempre, se amaron por encima de sus egoísmos, de sus debilidades y de sus propias comodidades.

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