martes, 9 de mayo de 2017

LA RONDA (1950), de Max Ophüls

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla acerca de "Marathon Man", de John Schlesinger, podéis hacerlo aquí.

La vida es un interminable juego de engranajes que se van tocando unos a otros. Los dientes de una rueda mecánica se encajan a la perfección en los vacíos de otra y ésta, a su vez, lo hace con otra y así sucesivamente. En unas ocasiones, esos dientes se encajan con fuerza y no puede haber nada que los separe. En otras, son caricias que invitan a girar y a girar de nuevo, en busca de eso tan necesario para el ser humano como es el amor. Así, podemos recorrer las calles imaginadas de una Viena irreal que solo existe en los sueños de un narrador elegante, que va llamando de puerta en puerta, apareciendo de oficio en oficio, solo para que ocurra ese milagro de tiovivo que es el amor. Amor de todas clases, por supuesto. Amor entre pobres. Amor entre ricos. Amores marciales. Amor escondido. Amor evidente. Amor egoísta. Amor fugaz. Amor eterno. Amor joven. Amor asentado. Amor de reloj. Amor descarado. Amor impertinente. Amor de una noche. Amor de una mañana. Amor, solo amor. Más allá de eso, los engranajes siguen girando de forma imparable y, si se paran, mala suerte. Habrá que arreglarlos con una pizca de maña y sin perder ni un ápice de elegancia.
Los decorados de cartón-piedra son los testigos inermes de besos en el cuello, de cortejos interminables que acaban por derribar los muros de la resistencia, de rápidas escapadas a los límites de la pasión que acaban por volver al encontrarse con el mundo real, de temblores en la noche, de comidas reservadas y esperas continuadas. Max Ophüls nos adentra en las debilidades y fortalezas del alma humana contándonos, con la suavidad de un vals que tampoco deja nunca de girar, los amores que deambulan en la Viena de principios de siglo, atrapada en la belle époque repleta de miserias. Un aire burlón y algo cínico planea sobre toda esta mirada hacia la frivolidad y el juego del amor y vamos en volandas de una historia a otra, como si fuéramos confidentes de un buen montón de cotilleos que, a buen seguro, harán las delicias de la próxima fiesta de sociedad. Los movimientos de cámara están vestidos de etiqueta y es como si todo fuera un sueño contado por Dios. Lástima que el amor, en cualquier caso, dure tan poco como lo que tarda el siguiente engranaje en iniciar su órbita de acercamiento hacia el siguiente más inmediato. Gira, gira, no deja de girar.

Habría que destacar la impresionante clase que destila Anton Walbrook como el narrador de estas historias de amor en minutos, siendo un personaje más que entra y sale con la mirada de la sabiduría impregnada en sus palabras y en sus acciones. Quizá como el propio maestro Ophüls sabía hacer como nadie. Dejemos que nos coja, nos monte en su tiovivo y acerquémonos a ver con todo detalle todo lo que nos tiene que contar sobre el amor.

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