martes, 23 de mayo de 2017

MANHATTAN SUR (1985), de Michael Cimino

El capitán Stanley White ha pagado un precio muy alto para utilizar su experiencia. Detrás de su placa, existe un hombre duro, que no se arredra ante nada, que amedrenta si es necesario con su presencia, que dice las cosas bien altas y claras para que nadie se lleve a engaños…quizá todo ello no sea más que una pantalla para tanta amargura. Estuvo en Vietnam y abandonó a su esposa que le esperó más allá de lo que puede esperar una mujer. Cuando regresó, creyó que aquellos enormes edificios de cemento eran los árboles de la jungla y que Chinatown era un barrio de Saigón y ha estado aquí y allá intentando encontrar razones para tanto sacrificio. Su mujer, sin embargo, siguió esperando. Esperando al chico con el que se casó que, probablemente, era atractivo, simpático, galante, conquistador y quizá algo enigmático. Ahora Stanley White persigue a la mafia china como capitán y jefe de policía de Manhattan Sur y quiere barrer la corrupción de sus calles, quiere que la policía sirva para algo incluso en los barrios en los que no son nada más que unos extraños uniformados, quiere que lo que ha vivido sirva para algo. Y su mujer sigue esperando.
Stanley White se maravilla de que haya miseria en las húmedas calles de Nueva York y áticos de ensueño con vistas al puente. En realidad, nada de lo que él toca tiene demasiada importancia porque es posible que lo dejara en el suelo de la selva vietnamita, al lado de algún compañero muerto. Para él lo importante es que la gente se divierta en un restaurante que no es más que una tapadera de un negocio donde la droga y la prostitución son los primeros platos. Sabe que sus rivales son de cuidado porque quieren que el polvo de ángel inunde las esquinas de Chinatown y, luego, se esparza por las calles de toda la ciudad. Y hay demasiado dinero en eso. Tanto, que su mujer ya ha dejado de esperar y se ha convertido en un número más, en unos cuantos kilos de amargura que tiene que sobrellevar a pesar de que entre ellos ya no queda nada. Tal vez ella vivió con él la parte más oscura y difícil del trabajo de policía. Ahora Stanley está desdibujado. Es posible que triunfe, es posible que acabe venciendo a esos chinos a los que ha llegado a despreciar por su cinismo, pero nunca será aceptado, nunca volverá a ser el verdadero Stanley White. Aquel chico encantador exhaló su último suspiro en algún lugar de Manhattan Sur, corroído por la culpa e inconsciente de su responsabilidad, justo en el año del dragón.

Uno de los mejores papeles de Mickey Rourke bajo la dirección de Michael Cimino en una película que no ahorra violencia ni verdad. Los personajes tratan de encontrar su camino y lo único que consiguen es perderse más tratando de alcanzar sus objetivos. Es la ciudad que devora los sueños, que los arrastra por el negro asfalto y convierte sus virtudes en excesos y sus interiores en ásperos pozos llenos de decepción. Son los años ochenta, amigo. Más vale que corras y no mires atrás.

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