viernes, 9 de junio de 2017

EL EXTRAÑO VIAJE (1964), de Fernando Fernán-Gómez

El hastío parece posarse en la polvorienta plaza de un pueblo donde solo el baile de los sábados trae algo de animación. A su alrededor, como abejas en una colmena, una serie de personajes tratan de salir de sus mediocres vidas apelando al cariño que nunca han tenido, comprando el atajo que les lleve a una impresión de felicidad. La vieja solterona, sus hermanos cortos de inteligencia y largos de intenciones, el músico guapetón que quiere montar una compañía de zarzuela, la chica ilusionada que vende trapitos en la mercería, la asquerosa cotilla que todo lo critica, todo lo comenta y nada tiene, la jovencita que provoca con sus contoneos y sus vestidos ajustados, los viejos de banco y bastón que miran a su alrededor para convertirse en el servicio de inteligencia popular…Todos ellos conforman un universo en el que se cuecen las ambiciones, las codicias, las ingenuidades, los sueños, la huida como promesa de plenitud en un lugar mejor del que no se conoce nada. El vino está muy bueno y la tinaja es amplia, señor juez. Y no hay nada mucho más allá del chismorreo en este pueblo de miserables, donde se da cita el grand guignol con aires de terror gótico, de ridiculización profunda, de espejo deformante.
Primero, la descripción. Paredes blancas, charcos sempiternos, fuente perpetua, charanga que pasa del twist al pasodoble con la facilidad de una mentira. Luego, la confesión. Una declaración que despierta simpatías hacia un pobre hombre sin escrúpulos que va a la deriva y que se viste de mujer para que una mujer deje de ser un hombre. El miedo al abandono se intuye dentro de ese teatro grotesco e imposible de crimen y desprecio. Muchas veces se ha dicho que el dinero mueve el mundo y no tienen razón. Es el desprecio. Desprecio porque tienen. Desprecio porque no tienen. Desprecio porque son más. Desprecio porque son menos. Desprecio porque matan. Desprecio porque mueren. Todo se queda ahí, en la orilla, sin acariciar ni una brizna de felicidad. Aire opresivo en una España deprimida y deprimente. Charco sucio donde se depositan las miserias que nos atenazan y que nos hacen tan mediocres, tan inútiles, tan provincianos. El asunto tendría gracia si no fuera porque hay muertos.
Y lo del hermano paralítico es para echarse a llorar. Cuento para conquistar a la novia y mantenerla a raya. Mentira para embaucar a la señora de posibles para que suelte dinero a cambio de un poco de amor a deshoras. A este paso, el concierto va a resultar muy desafinado y ya no quedan demasiados caminos por donde tirar. La muerte pondrá las cosas en su sitio en un sitio donde las cosas no quieren estar. Y así todo termina con las esposas en las muñecas y las lágrimas de los sueños desparramadas por toda la plaza. España negra. España pobre. Pobre España.

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