jueves, 29 de junio de 2017

LA CASA DE LA ESPERANZA (2017), de Niki Caro

En algún rincón de una Europa al borde de la guerra, había un Edén donde vivían un hombre, una mujer y un niño rodeados de animales. Para ellos, eso era toda su vida. El amor hacia ellos bastaba para darse cuenta de su enorme dedicación. Eran cariño derramado hacia esas fieras enjauladas en un zoo en el que parecía que la cautividad no importaba. Solo las horas para hacer que sus animales fueran felices era el motor de toda su existencia. Y eso fue así hasta que la guerra acabó con el jardín del Edén.
Eva, corajuda y decidida, se dio cuenta de que los animales en Varsovia no tenían mucho futuro así que, después de la ocupación nazi, dio un paso adelante y comenzó a derramar todo ese cariño en las personas. Se trataba de dar cobijo a los judíos que su marido sacaba del infame ghetto y poner el zoo a disposición de ellos como estación de paso hacia la libertad. Así, el Edén roto y desvencijado, con sus jaulas derribadas, comenzó a tener sentido de nuevo. La generosidad, en el fondo, es lo que verdaderamente mueve al ser humano.
No es fácil mantener ese estado de ánimo con el acoso de un hombre atrapado entre su ética y su deseo. Mientras, ahí fuera, no deja de haber muertos, rebeliones inútiles, desmanes innombrables, desprecio, ira, desolación. El zoo es como un oasis donde la noche se hace día y la música resuena como si fuera un preludio de la libertad. Habrá que hacer muchos sacrificios siempre dentro de la corrección y de la bondad. Así, es posible que también se pague con bondad y la guerra parezca un poco, solo un poco, menos salvaje.
Interesante planteamiento el de esta película que peca de un nudo trastabillado, que le cuesta avanzar de la mano de la cada vez más impresionante Jessica Chastain. Suspenso para Daniel Brühl como el hombre de ciencia que se ve atrapado por la erótica del poder y por su debilidad. Y mención especial merece Johan Heldenberg, que aporta presencia y espíritu como marido de Chastain, con cierta intensidad y buenas maneras. Más allá de eso, puede que en algún momento se vislumbre la ausencia de una buena producción y la torpeza de un guión encallado, pero se deja ver, se deja sufrir y, sobre todo, se deja sentir.

Y es que no se puede dejar caer la moral a los pies de unas botas para justificar la barbarie y la impunidad. Los seres humanos no son animales y nacen con el derecho inalienable de la libertad por mucho que a su alrededor solo existan jaulas. Y eso es algo que no se le puede arrebatar. El camello corre, el tigre ruge y las balas silban y parece que eso es suficiente como para tener una razón que permita arrasar con todo. Y no es así. Tal vez, tendríamos que sentir el cariño que es capaz de desprender un animal y el inabarcable amor que puede atesorar una mujer. Solo así podríamos darnos cuenta de lo hermosa que puede ser la vida incluso en las condiciones más difíciles. Y también de la fiereza de nuestro carácter cuando despreciamos a los que saben hacer de la vida un lugar acogedor que no deja de dar razones para la esperanza. Y ésa, también, es una palabra que no hay que olvidar nunca.

No hay comentarios: