jueves, 8 de junio de 2017

LA PROMESA (2016), de Terry George

Hace algunos años el director y guionista Terry George realizó una buena película titulada Hotel Ruanda donde narraba con singular destreza la guerra civil entre hutus y tutsis en ese país a través de un personaje neutral interpretado con enorme eficacia por Don Cheadle. En esta ocasión, ha tratado de mostrar el genocidio desconocido, ése que no suele figurar en los libros de historia ni en ningún análisis político, por parte del ejército turco hacia el pueblo armenio. La intención no deja de ser buena y el intento, loable.
Sin embargo, George parece que olvida todo lo que exhibió anteriormente y se pierde en vericuetos que hacen de esta película algo soso, sin gracia, incluso aburrido por momentos. Después de un planteamiento atractivo, con una ambientación excelente ayudado por la fotografía del gran Javier Aguirresarobe, se estanca, deja de contar cosas, tan solo se limita a describir la desesperación de unos cuantos perseguidos que lo único que quieren es abandonar el país y comenzar una nueva vida.
Entre medias, nos cuenta una historia de amor que se antoja imposible, tal vez porque las promesas son inquebrantables. Y, si se ha visto algo de cine, se delata a sí mismo saltando de Doctor Zhivago a El albergue de la sexta felicidad sin ningún rubor, llegando a seguir la misma progresión narrativa de la primera. Lamentablemente, no termina de explicarlo todo, se queda a medias, probablemente obligado por un metraje que, ya de por sí, resulta demasiado largo. Hay un buen trabajo de Oscar Isaac y nuevamente asistimos a la sobreactuación de Christian Bale, más preocupado por mostrar recursos que de dotar de profundidad a un personaje que resulta mal trazado desde el principio, unidimensional, sin dudas, sin respuestas. Por allí, pululan algunos actores españoles como Daniel Giménez-Cacho o Alicia Borrachero y, quizá, hasta se desaprovecha el paisaje abrupto de las montañas del sur turco. Lo que podía haber sido un conjunto lírico se queda en un deslavace épico.
Y es que el amor, ¡qué duda cabe!, guía todos nuestros pasos incluso en los peores momentos de necesidad, haciendo frente a la ingrata existencia en un intervalo histórico equivocado. Cuando la vida humana vale menos que una bala, entonces solo queda agarrarse al amor como única esperanza de un nuevo comienzo que borre tantas lágrimas, tanta tristeza y tanta desolación. Incluso puede que el azar aparezca de improviso y se borre la sensación de la libertad para dejar solo la estela de un recuerdo que, al fin y al cabo, ha construido almas y ha ayudado a olvidar sufrimientos. Nadie ha reconocido nunca que se asesinaron a un millón y medio de armenios en los comienzos de la Primera Guerra Mundial y pocos han llorado por ello. Vergüenza y deshonra para todos. Ojalá el tiempo sea un juez implacable y acabe devorándolos en las entrañas de su propia ambición.

La amistad puede que sea el elemento más importante para salvar las vidas inocentes en cualquier guerra. Sin ella, puede que no tengamos ni las letras impresas, ni los sueños a salvo. Mientras tanto, habrá que luchar por aquello que es justo, sobre todo cuando están en juego la paz y la seguridad de muchas personas cuyo único pecado ha sido existir. 

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