viernes, 7 de julio de 2017

HORAS DESESPERADAS (1955), de William Wyler

Una bicicleta en el jardín y la desgracia cae. Nunca se sabe por qué. Solo porque un tipo que se ha evadido de la prisión con dos compinches andaba buscando la casa ideal para esconderse durante unas horas. Y es que donde hay niños, el cabeza de familia tiene mucho que perder. Y lo peor de todo es que es un hogar feliz. Los Hilliard han conseguido crear un sitio donde sus hijos crecen sanos, con la mirada limpia y el corazón puro. Y eso no lo pueden entender unos facinerosos que han probado todos y cada uno de los estratos del otro sueño americano. En el fondo, los Hilliard llevan la vida que ellos han envidiado durante toda su vida. Por eso, va a ser muy difícil echarlos de allí.
La mirada amarga de Glen Griffin lo dice todo. Para él nunca ha habido un maravilloso café después de una opípara cena. Tampoco cariño a su alrededor y, tal vez por eso, piensa que el mundo no lo guarda en ninguna parte. Sus consejos están teñidos siempre de un punto de maldad, perfectos para guiar a la inocencia por los caminos de la rabia. Sí, porque eso es lo que Griffin guarda en su interior. Rabia contra una sociedad que le ha condenado a llevar una vida de atracos, disparos, traiciones y cárceles. Rabia contra esos individuos de clase media que se creen algo porque todos los días van tranquilamente al trabajo y vuelven con un sueldo suficiente como para comprarse una casa y hacer un regalito a su esposa. Rabia contra la policía que se ha ensañado con él como si no hubiera cosas más importantes a las que perseguir. Rabia contra la derrota continua que se estrella contra él con la fuerza del impacto de una bala. Griffin no conoce otra cosa, por mucho que su joven hermano trate de atisbar lo que hay al otro lado del muro. La rabia le mantiene vivo, pero ignora que la rabia también es un poderoso motivo para la muerte.
Dan Hilliard no es un valiente. Sencillamente porque no ha ejercido nunca como tal. Toda su preocupación reside en hacer bien su trabajo y proteger a su familia. Es ese héroe, con un punto de cansancio, que todos los días realiza la hazaña de levantarse para que no falte de nada en la nevera y se utilice el sentido común. Paradójicamente, Dan Hilliard será el rival más temible para Griffin porque sabe usar la razón como arma y también posee algo que Griffin ignora: la inteligencia. Su victoria no será una de esas que castigue al maleante a modo de venganza, no. Solo será una frase, escueta, definitiva: “Salga de mi casa, Griffin”. Ahí es donde Hilliard vence porque no mancha sus manos, sigue con su ética intacta, no se ha acobardado en ningún momento aunque haya pasado miedo. Es un hombre. Tiembla y muere de ansiedad. Pero es un hombre.

Así es como William Wyler construyó esta historia. Humphrey Bogart y Fredric March se enfrentaron y saltaron rayos en los ojos de ambos. Fogonazos que clamaban por la arrogancia y lo despreciable hasta que la astucia de quien sabe esperar los iguala en el plano de la honestidad, de lo correcto. Y ahí es donde uno de ellos ganará sin apelación. Más que nada porque todos deseamos que nuestra familia siga viviendo en un mundo algo más seguro.

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