viernes, 14 de julio de 2017

UN DETECTIVE CURIOSO (1975), de Peter Hyams

Un hombre camina por un callejón oscuro y sucio. Las luces parecen cansadas y el día muere con lentitud. El hombre va vestido de smoking, con un sombrero de ala ancha y una gabardina. Se para al lado de una cañería. Enciende un cigarrillo y algo nos dice que le conocemos. Es posible que sea Humphrey Bogart. No está aquí para contarnos una historia. Simplemente nos anuncia los títulos de crédito de la película que vamos a ver. Quizá porque sea una de esas historias que caminan en un difícil equilibrio entre la parodia y el homenaje. La sombra se adueña de la cara de Bogart, el día cae definitivamente y se nos presenta al detective protagonista.
Se trata de un inglés que emigró a Los Ángeles justo después de la guerra creyendo que el oficio de detective era como el de médico o el de abogado. Es un tipo no demasiado corriente en el oficio. Tiene su sombrero y su traje y también una pajarita en el cuello. Está casi en bancarrota y deja la puerta abierta de su despacho para ver si hay algo de suerte y entra la prosperidad y, posiblemente, ése es su mayor error: dejó la puerta abierta.
A partir de aquí se suceden las referencias a El sueño eterno, a Adiós, muñeca y a El halcón maltés. El inglés trata de encontrar a una niña que fue adoptada treinta años antes y no falta el asesino frío que tiene un pequeño defecto nervioso que se manifiesta en su cara llena de tics. La mujer fatal, equívoca y hermosa, se insinúa y se retira para, luego, volver a insinuarse. Los personajes tienen doble filo e, incluso, hasta triple, y Tucker, que así se llama el inglés, no deja de meterse en un lío tras otro. Su habla es afilada y es arrojado cuando la ocasión lo necesita. No le importa recibir un par de golpes si la recompensa es justa aunque no sea necesariamente dinero. Tiene que deshacer el entuerto y elegir porque el chantaje también es un personaje más. Al final, tendrá que convivir con el peligro pero…¡qué diablos! ¿No es lo que hacemos todos? Y la sensación que dejará en el público es de haber visto una película breve, agradable, amable, muy bien ambientada, con cierta clase y una primorosa fotografía negra. No es poco para tratarse de un detective de mala muerte que, a veces, pierde el hilo pero lo recupera con facilidad. Discúlpenle. Es inglés y no está muy acostumbrado.

La dirección de Peter Hyams resulta sobria y muy medida en una película que está totalmente olvidada. Tal vez porque, cuando se rodó, Polanski había estrenado Chinatown y el cine negro no era cosa de tomárselo a broma. Michael Caine y Natalie Wood juegan a verse, besarse, aborrecerse y encontrarse y se tiene la sensación de que, en realidad, los bajos fondos se hallan exclusivamente en medio de la clase más alta. La curiosidad tiene estas cosas. A veces, te encuentras con una sorpresa. Si es agradable o no, allá ustedes.

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