miércoles, 10 de enero de 2018

EL JUSTICIERO (1947), de Elia Kazan

El primer deber de un fiscal no es sentirse satisfecho por haber ganado un caso, sino estarlo porque se ha impartido justicia. No es fácil dejar esta frase grabada en el pensamiento de un abogado del Estado cuando a la vuelta de la esquina se le está seduciendo con cargos políticos y el éxito por el que tanto ha luchado. Sin embargo, algo hay en él que es más fuerte que el triunfo personal y es el ansia de haber luchado de forma justa, de haber estado con el inocente y de haber inculpado al que lo merecía. Es un hombre honesto, de esos que ya no abundan. Buen testigo de ello es un avezado periodista que observa mucho y calla muy poco. Sus ojos saben distinguir las presiones a las que se ve sometido un Fiscal cuando el caso conviene ganarse por diversas razones. Los intereses creados, el beneficio inmediato, el próximo cargo, el próximo juicio…todo ello tiene que estar en un segundo plano si lo que está en juego es la vida de un hombre. Y el asesinato plantea varias dudas. Los testigos aseguran que el acusado es el autor…pero la calle estaba demasiado oscura. La víctima era un hombre bueno y todo el mundo sabe que los hombres buenos tienen enemigos incluso entre los desconocidos. El arma utilizada para el crimen es defectuosa y no puede haberse disparado en el ángulo en el que entró la bala. No, demasiadas cosas apuntan a que el acusado es inocente. Y un Fiscal debe de velar por el cumplimiento de la justicia, no por acumular cientos de casos ganados. Eso es lo de menos. Y tener la conciencia tranquila, no tiene precio. Tal vez porque si no, ese Fiscal no podría ni mirar a su mujer a la cara.
El camino no será fácil. Tendrá que enfrentarse a los gerifaltes, a los interesados dueños de los periódicos, a un viejo amigo que, por aquellas casualidades de la vida, también es el jefe de la policía, al juez e, incluso, a la próxima prosperidad del municipio. Solo porque está en juego la vida de una persona. Solo por eso. Nada más, ni nada menos.

Elia Kazan dirigió está película llena de idealismo por una justicia que debería ser salvaguardada por los mismos elementos que la integran y que hacen que tenga sentido en una sociedad que lincha antes de juzgar, que emite la opinión antes de valorar, que no atiende a razones ni a pruebas. Así, Kazan articula también una advertencia sobre el ansia de sensacionalismo de la opinión pública y de la gente en general con resultados brillantes, con lúcidas intervenciones de Dana Andrews, Lee J. Cobb y Ed Begley y con la seguridad de que el cine también puede ser valioso cuando nos atrevemos a mirar mucho más allá de las apariencias.

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