martes, 13 de febrero de 2018

PERSONA (1966), de Ingmar Bergman

Si queréis escuchar lo que hablamos a velocidad de crucero en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "Uno, dos, tres", de Billy Wilder, podéis hacerlo aquí.

Imágenes salvajes de sexo, muerte, cine y comedia. Sonidos distorsionados que enturbian la mente del arte y lo emponzoñan de silencio y pasividad. Buñuel parece estar asimilado por la mente de Bergman para ofrecer unos pocos minutos enfermizos mezclados con los horrores de la sociedad moderna. Quizá en ese principio que casi augura un final, se halle la explicación para el continuo silencio de Elisabeth Vogler, gran actriz sumida en un eterno mutis de descontento, como una protesta por un mundo al que detesta y que la agobia hasta la asfixia. Lo subjetivo elevado a la categoría de imagen. La verdad sobre la capacidad para que dos almas se fusionen en una, hasta que los rostros encajan en su estricta fealdad, en su pobre iluminación, en su certeza de mediocridad.
El sexo se presenta en forma de un relato increíble que se convierte en la perversa formulación de las emociones escondidas y perseguidas, en una búsqueda de placer incorporada al cuidado de una persona que, sencillamente, ha renunciado a la comunicación. Los acordes de la profundidad de lo que se cuenta es un descenso a los infiernos de la propia personalidad que se presenta vacía, desperdiciada, plana, desapasionada, inútil. La fotografía de Sven Nykvist se eleva hacia la perfección mientras los personajes, perdidos en sus propias dudas, caen en la abducción del espíritu y en la fascinación torpe e inexpresiva. Bergman coloca la película para ser leída bajo la lámpara de la magia y no deja de deslizar la idea de que todo aquello es sólo ficción y no realidad, a pesar de que algo se remueve en el interior, como queriendo dar a entender que el miedo es real, que la admiración no lo es, que la ira es real, que la fe no lo es, que el deseo de dominación existe, y que el amor, tal vez, no.
Cuando la intimidad muere a manos de la traición escrita, es cuando se desatan de nuevo las imágenes perturbadoras que desequilibran el alma y comienza el enfrentamiento de voluntades. Y cuando comienza la transferencia de personalidades es muy difícil distinguir entre la realidad y el sueño. Bergman, desde su atalaya, no ofrece ayuda. Sólo nos describe la angustia existencia de dos mujeres cruelmente diferentes e inhumanamente fusionadas. Asumir el rol de otro indica que todos tenemos algo en común y que, aún así, todos tenemos algo que es radicalmente propio. Así, el maestro sueco, con sus obsesiones, nos coloca al borde de una fuerte experiencia personal con su cine.

La expresividad de Liv Ullman, la voz de Bibi Andersson. La forma máxima de sugerencia. La culpa nunca confesada hasta que el remordimiento y el deseo la extraen del interior. El misterio del universo de Ingmar Bergman llevado a las mismas entrañas de la soledad y de la conciencia. Persona no se puede ver sólo una vez. Necesita asimilarse poco a poco hasta que la abducción sea completa.

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