martes, 6 de febrero de 2018

UNO, DOS, TRES (1961), de Billy Wilder

El extraordinario guión de esta película comienza así: “Velocidad en las curvas: 180 kilómetros por hora. Velocidad en las rectas: 250 kilómetros por hora. Cum Dio”. Lo cierto es que a pesar del inmerecido fracaso en su estreno es una comedia para no olvidar, con diálogos que no dejan un minuto de respiro en la trepidante historia, llena de acidez, política y relojes de cuco, de un alto ejecutivo de la Coca-Cola que intenta salvar la cabeza convirtiendo a un comunista convencido en un burgués de pies de manicura y pelo cuidadosamente cortado a medida del capitalismo más salvaje en el corto plazo de veinticuatro horas.
Billy Wilder era así, capaz de repartir bofetadas a izquierda y derecha con el fin de ponernos verdades por delante del tipo de “no te preocupes, muchacho. Un mundo que es capaz de dar la música de William Shakespeare, el Taj Mahal y la pasta de dientes, algo bueno debe de tener”. En todo caso, la bondad no reside en los hombres y, ni mucho menos, en las intenciones. La película es feroz con todo y con todos, con los de antes, con los de ahora, con los del otro lado y con los de éste. Dispara en todas las direcciones con dardos de dialéctica y da en el blanco con presurosa elegancia. Y eso sí, se ríe de las convicciones condicionadas por el poderoso caballero que es don dinero con un mensaje que es algo así como que todo el mundo es comunista hasta que le toca la lotería.
Si hubiera sido cualquier otro, no hubiésemos dudado en espetarle que quién se ha creído que es para reírse de cosas tan serias pero Wilder, no. Wilder era de una inteligencia superior que era capaz de ejercer con una carcajada de autocrítica al estilo de vida americano y arremeter, al mismo tiempo, contra el radicalismo de izquierdas y hacerlo con tal contundencia, con tal rapidez de acometida, que nos deja sin respuestas, con el abdomen dolorido de tanto reír y con una cierta sensación de que nuestras creencias no son más que el mero pretexto para un buen chiste.
El reparto de la película, bólidos de la palabra brillante y la frase aguda, es perfecto. Desde el gran James Cagney, que se pasa la película andando de puntillas para acentuar la rapidez de una historia irrepetible (acabó odiando tanto a Wilder que se retiró del cine durante veinte años), hasta la divertidísima Liselotte Pulver (Lilo, para los amigos), explosiva secretaria “experta en diéresis” (obsérvese la sutileza del chiste erótico), pasando por la ingenuidad de Pamela Tiffin, la ironía afilada de Arlene Francis y la furia adoctrinante y raída de Horst Buchholz. Todos son exhalaciones verbales de réplica preparada.

Así que atentos, no se me distraigan, me juego la barba a que nunca han oído unos diálogos tan mordientes dichos a tal velocidad. La mirada bien fija en la película, por favor. No jugueteen con los cacharros del otro lado de la pared para que la cocina quede bien limpia.

5 comentarios:

dexterzgz dijo...

Hay una frase también genial, bueno hay montones, claro, es lo primero que llama la atención en esta película, su endiablado ritmo y sus ágiles diálogos, hay como digo una frase que viene a decir algo así como que yo te debo a ti, tu me debes a mí, estupendo, el capitalismo funciona. No estoy de acuerdo con los que se ceban con el Wilder posterior a "The apartement" hablando de comedias menores. Esta no lo es, y tampoco "En bandeja de plata" que es de la misma época. Lo que destaca sobre todo en tío Billy es la mirada ácida que le pone a todo, ya esté en drama o en comedia. El mundo se divide en víctimas y aprovechados, y Wilder y los wilderianos están, estamos ahí en medio con un profundo descreimiento.

Tito François, tío Billy, Bardés hoy has estado sembrao

Abrazos frente al muro

César Bardés dijo...

- No, la manicura no. Es un signo de decadencia y de inseguridad.
- Claro, los comunistas estáis tan seguros de vosotros mismos que os arrancáis las uñas a mordiscos...
Y así, todas las que quieras. Nunca consideré esta película como una de las "menores" de Billy Wilder. Siempre me pareció endiabladamente nueva. Muy perjudicada en su estreno porque el muro se construyó durante su rodaje, se hizo un nuevo estreno en Berlín en 1986...El éxito supero todas las previsiones y fue la película más taquillera por encima de cualquier estreno de aquel año. Estuvo durante un año y medio en cartel en pleno centro de Berlín. Eso da una idea de qué es lo que hizo Wilder con esta comedia (que hoy, por supuesto, no faltaría el Piffl de turno para decir que es misógina y que deja a las mujeres en muy mal lugar). Yo creo que Wilder ponía esa mirada ácida de la que hablas y se servía de todo cuanto tuviera a su alcance para llegar a su objetivo. Y lo podía hacer con una patada en el estómago o con una carcajada que te llegase a doler el abdomen.
Abrazos con Coca-Cola.

Chus dijo...

A mi es que el tío Willy me ganó para siempre. No veo obra menor en su filmografía, porque hasta las películas mas flojas tienen momentos bestiales. Fue el primer director que me atrapó peli tras peli hasta que me casqué toda su filmografía. Para mi Wilder era la creatividad mas pura nacida desde la esencia de lo retorcido de la naturaleza humana. Lo cotidiano, rociado con una capa de barniz cabrón de la ironía mas ajada. Ya quisieran muchos tener una retranca tan profunda desde lo mas sencillo.

Y vaya con las películas mas olvidadas del tio Willy. Traidor en el infierno, el vals del emperador, cinco tumbas al Cairo, el mayor y la menor... mas carga de profundidad que la flota alemana de submarinos en pleno conflicto.

Telita.

Chus dijo...

Perdón...

Abrazos con telita.

César Bardés dijo...

Pues estoy básicamente de acuerdo en todo lo que dices, Chus. Billy Wilder es un tipo que no tiene muchas obras menores en su filmografía. Menos prolífico de lo que se piensa (25 películas) yo diría que, al menos, 21 merecen muchísimo la pena y, entre ellas, hay cinco o seis obras maestras. Su sobriedad en el estilo contrasta mucho con esa agresividad verbal (sin decir ni un solo taco, sólo con la sugerencia como arma), con esa acidez casi brutal, con ese desencanto que pueblan todas sus películas, que va mucho más allá de la supuesta misoginia que algunos han querido colgarle. Billy Wilder es uno de los mejores directores de la historia del cine y quien no quiera verlo, sencillamente, es que no sabe verlo ( a Wilder).
Abrazos con ácido.