miércoles, 21 de mayo de 2014

EL HOMBRE ATRAPADO (1941), de Fritz Lang

Un hombre camina por un bosque, en busca de una presa. Es un apasionado de la caza y de la aventura y ese verano, ha ido a Alemania, tal vez porque sea la última vez que pueda hacerlo. Se acerca a un risco y apunta con su rifle de mira telescópica. Allí está su presa. Adolf Hitler está en su terraza de Bertechsgaden, pensativo, a buen seguro intentando planear su próxima invasión. El hombre se toma su tiempo, poco a poco aprieta el gatillo…y dispara. Pero no hay bala. Es solo un juego. El placer de la caza. La seguridad de que Hitler hubiera caído al primer intento. Lo piensa mejor. Tal vez…la Humanidad ganaría si ese hombre no estuviera en la faz de la Tierra. Así que pone una bala en la recámara. Vuelve a apuntar. Poco a poco, aprieta el gatillo…
Éste es solo el inicio de El hombre atrapado, de Fritz Lang, una maravilla que nos habla de un hombre que comienza con un juego y acaba siendo cercado como un animal en su propia madriguera, defendiendo lo que cree que es justo. Tal vez Lang sabe dar forma a una parábola sobre Europa, sobre su permisividad con los nazis, sobre las verdaderas razones de una rebelión que nunca fue más justa. O quizá también quiera darnos el lado más humano de los héroes y el por qué de sus reacciones. O incluso dar un toque de atención a aquellos que pensaban que, al fin y al cabo, Hitler no era tan malo. Lo cierto es que asistimos a una continua caza del hombre que se traslada de Alemania a Inglaterra y que cierra el cerco lentamente, con la intervención de una chica que nunca tuvo nada que ganar, maravillosa Joan Bennett, y el paseo de un caballero como Walter Pidgeon que, siempre desde la elegancia, nos construye un personaje que sabe defenderse, sabe escapar y sabe volver a la misma raíz del mal.
Y es que el hombre se mueve por instinto y, muchas veces, dejamos pasar la oportunidad de hacer algo que realmente cambie el mundo. La Naturaleza, agreste y no siempre amistosa, puede servir como refugio y como el punto donde cae una flecha que nunca debió dejar de volar. Las cicatrices no son heridas, son recordatorios de muchas causas y de muchas luchas, de muchos momentos en los que se forjaron las razones del enfrentamiento y las calles frías parecen bosques de niebla donde la peor de las trampas está hecha para atrapar el corazón. Una última mirada es lo único que quedará grabado porque, desde ese instante, los sentimientos quedaran petrificados, fríos y muertos. Ya no importa ponerse a salvo. Lo que verdaderamente importa es poner a salvo a los demás.

Y es que la libertad es lo único que no se puede quitar a un hombre. Porque entonces es cuando se puede comportar como un animal salvaje, como una fiera con un solo objetivo en la vida. Tal vez lo único que necesite ese cazador que un día tuvo en la mirilla a Adolf Hitler sea volver a experimentar el placer de la caza…

2 comentarios:

Alí Reyes dijo...

Primera vez que oigo ese título...A buscarla

César Bardés dijo...

Una película muy olvidada del gran maestro alemán. Búscala, no te arrepentirás. Ojo a Pidgeon, a Bennett y al nazi que interpreta maravillosamente bien George Sanders. Que la disfrutes.